Una comida temprana, alejándose de las horas de locales demasiado llenos. Desde siempre siente cierto odio al hecho de comer sola, odio hacia esa sensación de marginación y abandono que le produce, esas miradas que le queman creyéndolas de pena o burla. Cuando lo piensa en frío se llama a sí misma “cobarde vergonzosa”. Aunque en aquel momento, en aquel lugar donde nadie la conoce, y con aquella sensación amarga, no le importa lo más mínimo, si alguien decidiese puntuar su soledad no dudaría en devolverle su juicio.
Un primer plato de pasta que le recuerda que sigue pendiente su deseado viaje por Italia, y el segundo, quizá siguiendo otra extraña ironía del destino, es un sabroso filete de melva como el primero que probó al lado de Fran, pero esta vez la compañía es una silla vacía.
Bajo gotas ligeras de lluvia, observando a la gente que camina a su lado, sintiéndolos lejanos, coge su cámara y hace la última foto de aquel viaje, la del casco antiguo de un Santiago lluvioso y de algún modo mudo sin la presencia y la voz de Fran. Otro taxi más, en el que parte hacia la estación de autobuses en silencio.
A las tres y diez se dirige ya hacia el número de asiento impreso en su billete.
- Disculpe, ¿puede subir su asiento por favor? Es que no puedo pasar a mi lugar con usted así recostada – le comenta Lu educadamente a una cincuentona muy arreglada.
- Niña, veo que eres nueva en este horario. Te explico, este es el denominado “bus de los funcionarios”… - me mira como creyendo que mi expresión va a cambiar impresionada por algo tan simple – Te informaré de sus normas no escritas: la primera de ellas es que ya nos llega con los números que tenemos que encajar por las mañanas, aquí pasamos de números y nos centramos en la comodidad, y la segunda es buscarse un asiento en silencio sin cometer el error de molestar a uno de los nuestros ni hacer mover un milímetro nuestro acomodado asiento. ¡Buen viaje guapita! – y dicho esto se vuelve sonriente hacia su compañera de viaje.
Algunas risas de sus supuestos semejantes suenan en asientos cercanos, Lu piensa que quizá no debe seguirle el juego, que puede irse a otro asiento en silencio, pero hace años que no permite que nadie le hable con aquella prepotencia, y no va a ser hoy el primer día que lo eche todo a rodar por estar un poco depre.
- Vaya pues yo tengo otra regla, esta es de aplicación exclusiva en gente como usted, y esa regla de oro es ¡que ser funcionario no es ser Dios señora! – recalca la palabra señora con ironía.
- ¡Señorita! – contesta la funcionaria con desdén.
- No me extraña, a saber que normas les pondría para que se casasen con usted, déjeme adivinar… No moverla ni un milímetro de su comodidad en la cama ¿verdad? – le contesta Lu continuando por el pasillo del bus en busca de otro lugar
Esta vez las risas se escuchan más atrás, unos cuantos chicos que por fin tendrán algo que contar sobre ese horario insípido en el que les toca viajar.
Desde aquel asiento tranquilo hasta la llegada a su sofá, el cansancio empieza a pasarle factura, quizá porque de repente tiene tiempo para dedicarle. Mientras uno está entretenido el cansancio se disfraza de molestia, pero cuando uno le regala una hoja en blanco coge el disfraz de guerrero y te destruye.
(…)
Rumbo a Barcelona, en un avión a punto de aterrizar, Fran no escribe nada, pero mientras se abrocha el cinturón porque se aproxima el aterrizaje le da vueltas a lo que lleva pensando todo el vuelo. Tendré que volver a ser el mismo de antes en Barcelona, aprender de nuevo a vivir sin sus sonrisas, sin sus comentarios dándome caña, sin que me arrastre cogiéndome de la mano para besarme o para llevarme a ver algo que sorprende sus inquietos ojos verdes, sin su precioso cuerpo sobre el mío jugando a ser el uno para el otro…
Y también él comienza a sentirse increíblemente cansado…
(…)
Parpadean tres mensajes en el contestador de Lu. Le da a la tecla adecuada para escuchar el primero de ellos.
- ¡Joder! – dice recordando su cita con él.
Y en ese momento le parece escuchar todavía la voz de su abuela diciéndole “habla bien”, cuanto la echa de menos.
Aquella voz masculina que continúa saliendo del contestador la devuelve a la realidad, esa noche irá a verlo.
“Llevas dos días sin cogerme las llamadas y con el móvil apagado, ¿es que ya te has aburrido de mí? ¡En ese caso llámame de todos modos para despedirnos como Dios manda! – se escuchan sus risas – Y de paso me confirmas si nos vemos esta noche todos para irnos de tapitas… Un kiss en la naris”
La voz del contestador pertenece a Dani, su mejor amigo, su tonteo constante, parece que no saben hablarse sin picarse o sin tontear. Por un instante piensa en él, en sus ojos oscuros que intentan ser mudos ante todos pero no lo pueden ser ante ella, ella sabe cuando le sonríe con ellos, cuando están tristes… Luego está aquella mandíbula que parece enmarcar su boca, sus labios tirando a gruesos… Su pelo siempre perfectamente recortado, quizá porque es consciente de que eso provoca en ellas la necesidad de acariciarle la cabeza como a un gatito… Y su cuerpo no musculoso pero sí fuerte, que hace que ellas se sientan abrazadas y seguras entre sus brazos.
Lo de la despedida le recuerda a aquella vez, cuando estaba decidida a dejarlo todo e irse a Irlanda, se lo comunicó a sus amigos pero no a su familia, ya que era de los miembros de esta última de los que deseaba huir. Ambos tenían 19 años. Dani le había preparado una despedida de 12 horas, la recogió al mediodía con su Seat Ibiza negro, y la llevó al Paseo del Río Rato, una amplia zona con río y paisaje, mítica de las afueras de Lugo para ir con tu pareja, para hacer un picnic con los amigos, comer en su restaurante, o simplemente pasear o ir a hacer footing. Le puso una venda en los ojos al entrar en el coche y no se la quitó hasta llegar ante un picnic preparado exclusivamente para ella en una zona apartada del paseo, Lucy disfrutó sin pensar en nada, lejos de todas sus absurdas y dolorosas pesadillas, saboreó todo el menú incluidas las natillas que compartieron más cercanos que normalmente, “cucharada para ti y cucharada para mí”. Un paseo, un repaso por sus vidas, horas que volaron sin sentirlo entre una heladería y una tarde de compras sin sentido y risas sin pausa… Así llegó la noche, el “¿cenamos en mi piso?”, el “claro” lleno de inseguridades de ella a sabiendas de que sólo podía ser su amiga aunque no pudiese renegar de aquella atracción sexual. Un beso mientras cocinaban una cena ligera e inventada, otro después de servirse copas de champán, uno nuevo y más entregado sobre el sofá, y aquel camino entre inconsciente y muy consciente hacia la habitación de Dani. Nada más entrar, él la interrumpió y le indicó algo que había para ella sobre la cama, un gran sobre rojo con una tarjeta en su interior que decía:
“Si has llegado hasta aquí prometo regalarte todas mis energías, deseo que no olvides jamás tu despedida, y si quieres una bienvenida semejante a tu regreso no tienes más que sellar este contrato con un beso”.
Lo miró, cogió el pintalabios color rojo pasión que permanecía en el fondo del sobre y selló aquel contrato deseosa de recibir su premio. Aquel encuentro fue especial, enérgico, oleadas de placer, hacerlo dos veces en la misma noche como si el mundo se fuese a terminar o como si la pasión que sentían no tuviese fin.
A las ocho de la mañana Lucy se despertó, miró a su lado, sintió que todo había sido perfecto pero la recorrió un desasosiego, aquella culpabilidad de haber pasado la noche con su mejor amigo, aquella inseguridad ante los cambios que pudiese conllevar, las dudas de la mañana siguiente. Decidió huir de aquella cama, de aquel piso, coger un taxi y volver a su casa. Desde aquel día Dani volvió a ser un mejor amigo, el viaje no llegó a producirse así que ella suponía que aquello había invalidado su contrato, no volvieron a hablarlo, aunque sí consiguió sentir el reproche en sus ojos, en aquellas miradas que pillaba cuando él creía que no le prestaría atención.
(…)
Se despierta de sus pensamientos cuando suena un pitido que indica que ya se han terminado los mensajes en el contestador, el segundo y el tercero eran de su jefa deseando que su virus se cure de una puñetera vez, querría gritarle que la envíe junto a su medicina pero en lugar de eso coge sus cosas y sale de casa sin devolver ninguna de las llamadas.
dioooos kateeeee uuff me as dejao sin palabraS!!!! escribes ada vez mejro en serioo me encantaaa uff pero no keria k se fuera fran
ResponderEliminar=( sigue asi espero pronto el siguiente =)
la historia engancha jajajaja,
ResponderEliminarespero que la historia siga como hasta ahora porque mejor no puede ser,
un besoteee (impaciente por el siguiente)
Puedo decir sin error a equivocarme que ESTO es lo mejor que he leido, cada vez te superas más y eso es genial. Sigue así!!! ^^
ResponderEliminarAkí en el ciber x fin me deja comentar!! :D
ResponderEliminarGracias xik@s, a ver si sigo dando la talla k a veces me subo a la cima en el inicio y luego es más complicao mantener el ritmo xD
Jajaja, kate, k razon tienes, lo complikado k es mantenerse, verdad? bueno, decirte k esta parte tb la lei y ke me encanta!!! ya sabes k tu historia me encanta!!!! ahora m voy a leer los siguiente!!! un besito wapa y sigue asi!! muaks!!
ResponderEliminarHum... te paso lo de chik@s por la arroba eh!! XDD En serio me he puesto al dia (que aunque no comente mucho te sigo y te leo) y he llegado a la conclusión que la palabra para definirte sería Erotico-festivo.
ResponderEliminarSi,si, señorita...piensa en ello xDDD