viernes, 22 de octubre de 2010

Séptimo Capítulo (Primera Parte)

Un repetitivo “ring” sale del móvil de Paula interrumpiendo su comida con Dani.

- No me apetece hablar con nadie, contesta tú y da una excusa convincente.
- Sí claro, los típicos “está en la ducha”, “acaba de salir” o “ha emigrado”, soy malísimo para esas cosas – mientras termina la frase ella le lanza el móvil como si le hubiese dado calambre y él contesta ignorando el nombre que parpadea en la pantalla.
- Buenos días, Paula no puede atenderle pero si quiere dejarle un mensaje yo como su secretario personal se lo comunicaré – consigue decir entre risas, pero no recibe respuesta – ¿hay alguien ahí? – inmediatamente los pitidos de que le han colgado sustituyen la suave respiración que hasta entonces escuchaba.


Al otro lado de un teléfono recién colgado, pensamientos que se pelean en la mente de Lucy, quiere ser coherente, pensar con claridad, y por supuesto averiguar el porqué de que todo indique que Dani y Paula han huido juntos o incluso que tienen una aventura.
¿Salir de nuevo por la puerta de atrás? Ni de broma, opta por marcar por segunda vez en el día los nueve dígitos que hace años se sabe de memoria.

- Lucy soy Paula, perdona… - contesta rápida y preocupada su amiga.
- ¿Por qué me pides perdón?
- Es que tengo la impresión de no poder decirte otra frase diferente de la de “esto no es lo que parece”, y eso me cabrea.
- Si tienes algo que contarme hazlo ya, no quiero secretos entre nosotras.
- Ok. Estoy en el mismo hotel que Dani por media casualidad y medio plan pero sin ninguna segunda intención entre manos.
- Te contaré algo. – agrega Lucy con la intención de poner las cartas sobre la mesa- Antes de llamarte al móvil llamé directamente al hotel, ahí me dijeron que con cual de los Señores García quería hablar, y no sólo eso sino que pregunté si no les quedaba ninguna habitación vacía y me dijeron que si quería reservar estaba de suerte, porque anoche el Señor García había dejado su habitación para irse a la tuya. Pero seguro que eso también tiene una explicación razonable ¿verdad?
- Lu… Entiéndeme… Me siento sola – le contesta Paula casi en un susurro al tiempo que se esconde en el baño para que Dani no escuche esa confesión.
- A lo mejor el problema es que soy un poco cateta y no entiendo esas curas que estáis compartiendo. Espero que a vuestro regreso y en una cita a tres delante de una caña todo suene diferente.
- Lu por favor no me juzgues… - le suplica.
- Nunca lo he hecho… – de repente se le atragantan las palabras que venían a continuación, se da cuenta de que el “ni lo haré” no es ya tan sólido.
- Te quiero mucho.
- Y yo… Oye te tengo que dejar que llaman al timbre – en esto último Lucy miente y ambas son conscientes de ello.
- Vale. Pero antes quiero darte las gracias por todo, desde siempre y hasta este mismo minuto has estado ahí y quiero que así siga siendo, no quiero perderte.
- Gracias a ti, – otra costumbre del trabajo, devolver las gracias sin motivo, por simple y supuesta educación – venga hablaremos pronto, un besiño.

Lucy se abandona a lo largo del sofá, de repente consciente de que ya ha pasado una insípida semana desde la muerte de Raúl. Al parecer Paula empieza a superar de algún modo la etapa de duelo, siendo capaz de dar las gracias o compartir muestras de cariño, pero quedan meses llenos de altibajos y pruebas que superar, y ahí es donde Lu se siente insegura por las dudas sobre la supuesta traición de sus mejores amigos.

(…)

Y sin sentirlo transcurre otra semana más, con sus siete días, en unas vidas que ruedan en una monotonía contagiosa, la cual comparten sin saberlo.

- En cuatro horas tenemos que volver – Dani lo dice ciertamente apenado, simulando una sonrisa que lo compense – habrá que hacer de este estercolero un par de maletas decentes ¿no?
- Yo no estoy segura de querer volver, tengo ganas de ver a Lucy y de aclararle todo, es nuestro primer malentendido y me fastidia. Pero al mismo tiempo aquí se vive tan bien que hasta me he acostumbrado a nuestro recepcionista cotilla, Marco se hace querer – al finalizar la frase se levanta de la cama, la camiseta de Dani con la que ha dormido parece haber encogido y le regala una visión de su trasero hasta entonces desconocida por él, que alarga la mano sin darse cuenta y retrocede antes de que ella lo perciba diciéndose a sí mismo que es culpa de llevar tanto tiempo sin acariciar ni juguetear con ninguna chica.

- Te entiendo, pero mis vacaciones se terminan y tú deberías enfrentarte a tu vida. Sé que quince días no son suficientes para superar nada de esto pero yo seguiré ahí – se incorpora y la estrecha entre sus brazos con indudable cariño, tal como lo ha hecho toda aquella semana.



Y es que Florencia, el lugar donde han estado escondidos y ausentes era lo que ambos necesitaban. Hospedados quince días en el Hotel Boboli, durmiendo abrazados todas las noches, hablando hasta altas horas de la madrugada, y despertándose en poses con cierto erotismo al mediodía siguiente, han hecho demasiadas cosas de pareja desde el papel de simples amigos. A escasos minutos a pie desde el hotel y cogidos de la mano por Ponte Vecchio han pensado que sería un recorrido ideal para hacer a diario camino de un supuesto trabajo. Y en el Jardín Bóboli se han dejado impresionar por sus senderos, lagos y grutas, han disfrutado de los miradores, de cada rincón escondido, y algún que otro picnic, bajo el mismo sol florentino que los acompañaba cuando se perdieron y encontraron miles de veces en aquella enorme maravilla.

Dejaron para los tres últimos días lo que debería haber sido visita obligada de los primeros. Así el primer día de esos tres disfrutaron de la Galería de Accademia y su auténtico David de Miguel Ángel, con anécdota incluida.

- ¿Una cola tan larga para ver una cola tan chiquitita? Yo paso tía - escucharon decir tras ellos.
- Ignorante – dijo Dani en voz alta sorprendido por su inconsciencia pero satisfecho.
- Mira con quien te metes chulillo – le contestó aquella chica de unos veinte años y apariencia roquera.
- Con una persona que cree que todos los que estamos en esta cola vamos a mirarle el rabo al David, lo tengo claro.
- Pues yo preferiría mirarte el tuyo, también lo tengo claro.
- Vamos a dejarlo aquí – le contestó Dani entre risas a su juicio inevitables por la respuesta, y ajeno a la cara de disgusto de su amiga añadió – que seas española te deja una posibilidad entre un millón de que nos encontremos en nuestro país y puedas comparar la cola del David con la de Dani que soy yo.
- Mira, sólo por no llegar a la comparación desinformada me voy a quedar a aguantar esta cola, por cierto me llamo Bea – más que acercarse se abalanzó sobre Dani regalándole dos sonoros besos. Y dos minutos más tarde le introdujo descaradamente una tarjeta en el bolsillo, de nuevo ante la mirada desaprobatoria de Paula.

Bea Rueda
Trabajo: Teleoperadora. (No trabajo en las líneas eróticas, una pena)
Mi número: está escrito por detrás, me gusta que te esfuerces.
Soy una madrileña del Barsa, sí me gusta nadar a contracorriente, y además estoy
enamoradísima de Guardiola.

jueves, 14 de octubre de 2010

Sexto Capítulo

Días más tarde. Tras otra dolorosa despedida en aquel aeropuerto de Santiago, tras una visita a aquel cementerio gris para contarle a Raúl que sin él todo su mundo se ha desbarajustado tanto como el de Paula. Aquella mañana Lucy se encuentra en el bolso aquel pequeño papel estrujado que no consiguió hacer aparecer cuando se lo quería enseñar a Paula. Y comienza a leerlo.

Empresa contratante: El corazón de Dani García.
Empleada de puesto fijo: Si lo deseas Tú.

Si firmas con un beso de labios de color rojo este contrato accedes a ser mi pareja, sin condiciones de permanencia aunque también sin garantías. Sólo te puedo prometer el deseo de intentar hacerte feliz día a día y la certeza de estar enamorado de ti desde hace tanto tiempo que no sabría ni acordarme.
Ha llegado el día, el momento del sí o del no, necesito saberlo.

Empresa Contratante Tú

Dani´s Heart =) LO SIENTO PERO NO



Una llamada inconsciente sigue a esa lectura.


- ¿Lucy? – contesta él sin esconder su sorpresa.
- Sí, soy yo, la Lucy que está cansada de que cruces disimuladamente de acera si la ves a lo lejos o entres en una tienda de cómics cuando todos sabemos que para ti Mortadelo es una mortadela sin aceitunas y no un personaje – el enfado crece entre sus palabras.
- Creo que no tienes derecho a juzgar todas estas cosas Lucy – Dani habla sin entusiasmo, como luchando una guerra perdida.
- ¿Por qué? ¿Ahora va a resultar que por no poder quererte como tu desearías me he convertido en una apestada? – aquellas palabras suenan como si las escupiese.
- Sigo diciéndote que esto ya no es asunto tuyo, me dueles y no puedo fingir lo contrario, ya han sido demasiados años aparentando quererte como amiga y no amarte. Para llegar a olvidarte no puedo estar todos los días quedando contigo para ir de cañas, es una obviedad – sin querer casi le grita.
- Y si yo te echo de menos, ¿eso no importa? – se muerde el labio inferior conteniendo una lágrima caprichosa.
- ¿Por qué tienen que ser siempre más importantes tus sentimientos que los míos? – le reprocha.
- En ningún momento he pretendido que lo sean, simplemente te estoy diciendo que te echo de menos, que Raúl se ha ido para siempre, que Paula se ha ido también sin fecha de regreso – traga saliva - Tú y yo somos los únicos que quedamos de esta pequeña familia que habíamos creado y si huyes de mí es como si destruyésemos lo poco que queda.
- Todo lo que dices puede ser lo cierto y bonito que quieras pero la realidad es que no quiero luchar más por fingir. Y ahora te tengo que dejar Lucy, que me acabo de bajar de un avión y necesito descansar.

Y cuelga sin esperar la respuesta de ella, sin decirle a donde huye. De algún modo deseando que la rapidez con la que se cierra aquella tapa del móvil marque el fin no sólo de aquella llamada sino también de la pesadilla que significa el amor no correspondido.

Ante el insistente pitido de la llamada finalizada Lucy lanza el móvil sin rumbo fijo, con la buena suerte de hacerlo rebotar sobre la suave superficie del sillón de enfrente y la mala de que se quede en varios trozos esparcidos por la alfombra al golpear de vuelta el revistero. No quiere recogerlos pero cambia de opinión cuando recuerda el número desconocido del que vio llamadas perdidas unos cuantos días seguidos y al que siempre ignoró.

“¿Quién eres? ¿Y por qué dedicas casi más tiempo a llamarme que a dormir? :D” - Escribe el mensaje sin meditar el contenido. Sobre la marcha ha decidido darse un día de pensamientos vagos y de cero reflexiones, con tonteo gratuito si surge.
La respuesta se hace esperar así que enciende la tele sin esperanzas de poder juguetear.

“Supongo que hay tantos tipos detrás tuya que realmente no sabes quien puedo ser. Fdo: alguien que te echa de menos.” – él ha esperado tanto ese momento que lo que menos desea es jugar, pero no puede evitar desear conocer cosas de Lucy que quizá sólo en el misterio se dejan entrever.

“¿Dani?” - el subconsciente la traiciona, hablando de echar de menos le ha parecido una evidencia de que se refiere a la llamada anterior.

“Pi-pi, respuesta errónea. Va a resultar cierto que hay competencia : ( No soy el tal Dani y… tengo un “problemilla” contigo.”

“Qué novedad! Últimamente sólo medio mundo parece echarme la culpa de algo así que súmate y cuéntame de que se trata.”

“Es que… creo que te quiero… Y es un problemilla porque hace mucho que dejé de creer en el amor…”

De repente Lucy recupera aquella sensación del pasado. Porque mientras la mayoría de la gente reacciona ante un “te quiero” con alegría desbordante ella experimenta algo diferente, desasosiego, inquietud y cierto miedo a la responsabilidad que para ella implican esas palabras, tanto es así que hacen que el tonteo y el juego al que se había entregado pierdan interés. Minutos más tarde decide ignorar el móvil y se dirige a la oficina de turismo intentando borrar el mensaje de su propia memoria interna.

Entre aquellas cuatro paredes y sin ganas de trabajar deja el bolso sobre la mesa, un ruido extraño la hace remover en su interior, el culpable es el modo vibrador que obliga al móvil a luchar contra las llaves por culpa de la llamada de aquel número desconocido de los mensajes. Los interrogantes la llevan a la puerta de atrás, a la idea de apagar el móvil como último recurso, y dedicarse entonces a conversar con otros desconocidos como si tuviesen más importancia por contrato unos desconocidos que otros.

(…)

- Sólo abrázame.
- Todo el tiempo y las veces que lo necesites.
- No sé si podré superarlo, por muy lejos que vaya lo llevo en mi piel y me despierto buscándolo entre mis sábanas. Debes considerarme una estúpida por ser incapaz de olvidarlo – le dice ella con la cabeza sobre sus piernas y el brazo de él bajo su pecho indicándole que está cerca.
- Entonces llámame tú también estúpido porque yo no sólo lucho contra las ansias de hablar con mi amigo que ya no está sino que además tiro piedras contra el recuerdo de Lucy, – su voz tiembla – a ti Raúl te abandonó contra su voluntad Paula pero a mí ella no me dio ni una pequeña oportunidad para quererla.
- Ella no te ama, no desees que te mienta – se lo dice mirando al vacío, más sincera que nunca, quizá porque ya nada parece ser importante y todo se ve más claro en los demás.
- Mierda, no quiero hablar más de esto, este tema me convierte siempre en un pusilánime. – se levanta de forma brusca dejándola caer sobre el duro cojín sin apenas darse cuenta – Me voy a mi habitación, nos vemos mañana.
- No, quédate. – Paula se incorpora alisándose con inocencia el camisón rojo que le da por encima de la rodilla – Sabes de sobra que entre nosotros no hay ningún peligro, nunca pasaríamos de un beso en la mejilla o un cariñoso abrazo, quédate – lo dice con seguridad, disimulando la súplica y el sentimiento de soledad que en realidad la acorrala, y le sonríe.
- De acuerdo, pero no sé si eso de dormir aquí es tan buena idea teniendo una habitación pagada a unos metros.
- Anúlala y trae tus cosas – le contesta ella con resolución al tiempo que se dirige perezosamente al baño.
- Paula esto me da miedo, me estás pidiendo que duerma en tu cama como si fuésemos dos niños inocentes – Dani alza la voz para que lo escuche desde dentro.
- Tú estás pensando en Lu y yo en Raúl ¿no?
- Sí, claro, tienes razón… - y no muy convencido se dirige a realizar el cambio ante la curiosa mirada del recepcionista que lo atiende, provocando que se sonroje.

(…)

La ausencia de clientes en busca de respuestas provoca la salida de la guía turística a comprar el periódico y alguna que otra revista del corazón que le haga más llevadera la mañana con los ires y venires de las no menos desastrosas vidas de algunos famosos de tres al cuarto. Recorre su calle de todas las mañanas y gira a la derecha para coger la conocida como “Calle de las Dulcerías”, no ha desayunado y no le importa admitir que para superar esa mañana necesita ingentes dosis de dulces y chocolate, para lo cual simplemente elige basándose en un escaparate que parece decir “si buscas la perdición en repostería este es sin duda el lugar”.

- Muy buenos días – su trabajo le ha aprendido a saludar con fingida alegría en cualquier lugar así sea con cuarenta de fiebre o un nudo en el estómago.

La señora la ignora deliberadamente mientras charla con el joven que le trae la mercancía. Lucy tiene tiempo de observar intentando no entrecerrar los ojos como lo hacemos cuando algo nos disgusta y queremos mirar con odio consiguiendo en la mayoría de los casos que piensen que tenemos miopía. La mujer parece anunciar en sí misma que sus dulces son para no dejar de comer, es la típica dependienta rechoncha de mofletes sonrosados, en este caso con un delantal azul que combina sin éxito con un exceso de sombra de ojos del mismo color. La impaciencia de Lucy empieza a resultar difícil de disimular, le gustaría decir algo tipo “le juro que le enseño a aplicarse la sombra de ojos por un trozo de chocolate, pero si me hace esperar más tiempo sin haber cola la pintaré tanto de azul que sus clientes dudarán si se trata de la abuela pitufa o de un nuevo bicho de la peli de Avatar”, se repite a sí misma tres veces la palabra paciencia y anota mentalmente esa dulcería en la lista negra de escaparates asombrosos llevados por dependientas mediocres.
Minutos más tarde sale de allí con dos empanadillas de bonito, una crujiente barra de pan y varios dulces perfectamente empaquetados en aquella bolsa blanca que ni siquiera se adorna con un rinconcito de publicidad del establecimiento. Sus pasos abandonan también esa calle, y su mirada se va posando primero en aquellos chicos que sacan un paquete de cigarros de la mochila orgullosos seguramente de estar faltando a clase con la intuición de no poder ser pillados, luego en dos mujeres que parecen debatirse entre aparentar los treinta y pocos o los cuarenta y muchos dependiendo de sus maquillajes y conversan delante del ayuntamiento sobre el niño que ajeno a sus supuestos problemas por no tener todavía traje para la boda de una de sus tías juega en el cochecito, y finalmente observa a los tres señores mayores que sentados en el banco a la sombra de un árbol conversan sobre sus achaques al parecer tan antiguos como la Plaza de España en la que se encuentran. Tres generaciones con sus diversiones y sus quejas, tres generaciones de las cuales Lucy considera haber vivido una y media y de repente no sabe si lo ha hecho bien.
Gira a la izquierda para recorrer la Calle de la Reina, dejando atrás el ayuntamiento al que entró un par de veces con el amigo que quería despuntar en la política o la amiga que controlaba sus gastos y quería coger allí la gratuita tela para los trajes de las fiestas de romanos de la ciudad lucense, y atrás queda también la Farmacia Central en cuyo espejo tantas veces se ha mirado intentando ignorar sus desaliñados cabellos.
Y unos cuantos escaparates después ojeando los titulares desde la cola del kiosco una punzada dolorosa se ensaña con el lado derecho de su caja torácica.

_El “asesino del flash”, nuevo columnista de este periódico con sus cartas desde la cárcel y próximamente en libertad._

Sin esperar su turno se abalanza sobre el periódico y comienza a buscar la carta en su interior deseosa de que todo sea un malentendido o un chiste.

“Me presento como me siento:
Desafortunado, cosa que no justifica la fama de patoso asesino que me he ganado.
Infeliz, algo que no me regalará el perdón por mucho que me arrodille.
Estúpido, porque cuando iba a recuperar mi vida destruí otra.
Inútil, porque es el adjetivo que me regala la sociedad por no dominar cosas que no me importan ni me interesan y he terminado por creérmelo.
Asocial, nadie ve nada en mí y yo veo todavía menos en ellos…

En resumen me declaro culpable, culpable de haber vivido tanto para nada. Pero no puedo echarme también la culpa por no haber nacido perfecto o por ser tan poca cosa ante los ojos ajenos, ni por ser un patoso con mala suerte, lo siento.

Vuestro nadaquerido pocacosa

viernes, 8 de octubre de 2010

Quinto Capítulo (Segunda Parte)

- Pues… porque me atraes pero con un fin sexual y no amoroso – siente la mirada de los dos de la otra mesa sobre su nuca, sus ojos tatuando en la misma la palabra “guarra” o algo peor, y luego seguro que se miran entre ellos para confirmárselo. Traga saliva y continúa – Porque no puedo hacerte promesas que de antemano sé incumplidas, ni quiero dejar resonando en tus oídos la mítica respuesta aunque lo cierto sea que te quiero mucho como amigo y no como pareja, y… - reúne valor – porque he conocido a alguien que quizá deba olvidar pero no usándote a ti para ello.
- Sabía la respuesta, - mueve la cabeza de derecha a izquierda indicando un “no puede ser” - hace años que sabía que sería un no, y a pesar de todo me haces daño con ella – desvía la mirada hacia la mesa – Tenemos que dejar de vernos durante un tiempo.
- Pero…- no le deja decir más, aunque tampoco hubiese sabido muy bien que alegar.
- Pero nada – recoge la hoja estrujándola hasta hacer una bola dentro de su mano – necesitaré tiempo para digerir la negativa, y mucho más tiempo para borrar lo que siento. El tipo duro mostrándose débil, gran hazaña Lucy, gran hazaña.

Y con ese reproche abandona la mesa, el bar y a Lucy que se dirige al baño huyendo de las miradas que permanecen cerca juzgando su supuesto error.

(…)

Y como los golpes nunca vienen solos sino uno tras otro, a Lucy le espera otra pequeña sorpresa en su silencioso piso.

- Me alegro de que llegues por fin porque ya he tomado una decisión y quería que fueses la primera en saberla. Voy a hacer un viaje de esos curativos y solitarios.
- Decidas lo que decidas sabes que te apoyo cien por cien siempre que sea para que te sientas mejor. Pero prométeme que vas a volver Paula, que acabo de perder a Dani también y no soportaría quedarme sola del todo – y sin querer una tras otra las lágrimas surcan su ligera capa de maquillaje.
- Cuéntame eso – se sienta rápidamente y da una palmadita en el cojín de su lado derecho indicándole el lugar que quiere que ocupe con verdadero interés.

Quinto Capítulo (Primera Entrada)

Entre sueños y pesadillas, ratos de insomnio, lloros en el baño y abrazos de consuelo, llega la mañana siguiente.

- Tenemos que vernos y hablar Lucy- dice aquella voz masculina y ansiosa al otro lado del teléfono.
- Pásate por casa entonces, a ver si entre los dos animamos a Paula un poco, dentro de lo que se puede – indecisa se estira sobre las piernas la camiseta talla XL que le sirve de camisón y se le ha enredado mientras dormía, al tiempo que la lee por enésima vez desde que la compró “Planes buenos con tíos buenos”, y se pregunta si el del otro lado del cable podría ser uno de esos tíos buenos.
- Preferiría quedar contigo a solas, lo de Raúl me ha hecho replantearme todo, tenemos que dejar de perder el tiempo, la vida se nos puede ir con un simple susto…
- Dani te veo muy tocado, tenemos que ser fuertes por Paula – aunque ella empieza a estar demasiado cansada para seguir repitiendo esa frase entiende que así tiene que ser.
- ¿Y quien es fuerte por mí? ¿Quién me consoló a mí cuando hoy por la mañana marqué el número de Raúl al despertarme para avisarlo de que tenía un mensaje de que se cambiaba el partido de esta tarde eh? – se le quiebra la voz entra la ira y el dolor de sus palabras.
- Lo siento, supongo que estoy tan centrada en Paula que te he descuidado pero es que no puedo dejarla sola, ha perdido todo, con Raúl se fue su brújula, su objetivo, su aire…
- Por supuesto que lo entiendo pero eso no significa que de repente os cerréis las dos al mundo y menos a mí. Dame la oportunidad de verte a solas esta tarde, un domingo tranquilito, dos cañas, un par de tapas y después te dejo libre ¿sí?
- Bueno… - Lucy se mira ahora sus pies desnudos y piensa en la frase del inicio “tenemos que vernos y hablar”, lo que suele significar un principio o un final, aunque si se lo piensa bien también a veces han sido cotilleos lo que ha traído esa frase, aunque esta vez intuye que no será eso último – Vale, pasa a recogerme a las siete, te tengo que dejar. Un beso.

Los pasos de Paula son cortos y torpes, como si se hubiese pasado la noche bebiendo el vodka que tanto le gusta sin descanso, pero simplemente ha sido el resultado de aquella decisión de pasar por casa después del entierro, sin que ella lo sepa se cumplieron las palabras que Lucy le dedicó horas antes sobre una servilleta de la cocina mientras ella se duchaba para ir al funeral.

“Un eco de su risa y su voz permanecerán por meses en tu mente,
cada rincón llevará su huella durante mucho tiempo, quizá demasiado,
te parecerá verlo a cada rato en miles de lugares por donde paseabais juntos,
lo odiarás por haberse ido sin tu consentimiento, por no haberte llevado con él,
lo llorarás hasta que no te queden lágrimas...
Mientras, todos nos seguiremos preguntando hasta cuando vivirás en el ayer.
Y te echaremos de menos, casi tanto como si te hubieras muerto con él.”

(…)

Fran se dirige a la casa de sus padres en Barcelona, piensa en lo diferente que es la humedad y la niebla mañanera de Galicia de aquel ambiente a veces demasiado cálido que vive en Barcelona. Pasa junto a un anuncio de un partido del Barsa y se pregunta si Lucy será culé, más tarde ve un cartel que recomienda que la gente no deje de leer “La Catedral del Mar” y en silencio se pregunta también si ella se lo habrá leído ya. Tras esos pensamientos vienen los otros, los que hablan de llamadas nunca contestadas ni devueltas en esos días, después de haber buscado desesperadamente hasta encontrarlo su número de teléfono entre cientos de fichas de los empleados gallegos, la certeza de que los deseos de que no lo haya olvidado no pueden ser telepáticos, y la sensación demasiado patente de no poder olvidar esas cuarenta y ocho horas en otras cuarenta y ocho como se prometía a sí mismo.

(…)

Las horas huyen mientras Paula sigue haciendo viajes mentales al pasado y Lucy le explica su incorporación inminente al trabajo al día siguiente y la necesidad de que ella la imite para que su peluquería no se vaya a pique.

- No estoy preparada – alega una cabizbaja Paula ante la mal disfrazada insistencia de Lucy.
- Nadie te pide que tras dos días estés recuperada sólo que te pases por allí, que nombres a una encargada que lo dirija todo a cambio de un aumento de sueldo… Que cuides lo que tienes… - Lu intenta ser dulce y clara a un tiempo, algo no poco difícil de lograr.
- No lo entiendes, es que no me importa realmente lo que ocurra con ese negocio, mi mejor inversión ya no existe, ¿por qué no podéis dejar que me consuma sin más?
- Creo que tengo la respuesta, quizá porque te quiero demasiado como para que después de que me hayan arrancado un trocito de corazón con lo de Raúl me arranques otro tú.
- Cuando decida algo que hacer con mi vida te prometo que serás la primera en saberlo, de momento estoy de reciclaje Lu – dicho eso se estira sobre el sofá comunicando el fin de la conversación.

(…)

- Creí que me ibas a dejar plantado – su voz no es la misma de siempre, suena más segura y varonil.

Los ojos de Dani recorren el cuerpo de Lucy. Su melena suelta bastante más larga que la última vez que se vieron, la camiseta básica a rayas de colores con unos botones sueltos mostrando aquel tímido escote con desenfado, y aquellos pantalones blancos con bolsillos a los lados que tanto le gustan y se los pone sobre todo para ir a trabajar desde que le dijeron que bien combinados le dan aspecto de ejecutiva sexy. Todavía recuerda a aquel chico que al verla salir de la oficina le dijo aquello de “me encantaría ser una de tus reuniones”.

- ¿Cogemos una mesa? – con esa pregunta lo saca de su ensimismamiento visual y se dirigen a una de aquellas magníficas mesas con sofá - Es que no me gusta dejar a Pau sola en casa, me llevó un rato dejarle la cena preparada y por eso la tardanza.
- Lu deberías dejar de hacerle de madre, amiga y chacha o se quedará para siempre de ocupa en tu casa y se irá convirtiendo en un fantasma que vaga de habitación en habitación – ella no capta si empieza en serio y termina en tono más simpático porque se lo suelta todo mientras bucea en su bolso en busca del móvil, pensando en que deberían traer pequeñas luces incorporadas. Lo que sí es seguro es que no la ha invitado sólo para hablar del estado de Paula.
- Es cierto que estoy siendo excesivamente protectora con ella pero si cree que tiene las claves para su recuperación démelas Doctor García – resalta las dos últimas palabras con ironía.
- No te enfades, te he invitado para hablar de nosotros y no de Paula.
- Sí claro, dejas caer el reproche y luego cambias de tema – intenta un amago de sonrisa para indicarle que cree que podrá sobrevolar su indignación pero sólo consigue una sonrisa torcida.

Es entonces cuando él se levanta y rodea la mesa hasta sentarse a su lado. Ella supone que es porque le apetece acomodarse en el trocito libre de sofá y no en un duro taburete como el que tenía hasta ese momento, aunque quizá pronto descubra que Dani quiere de ella mucho más que comodidad.

- Ya sabes que no me gusta soltar discursos aunque según tú si me lo propongo puedo ser un perfecto orador. Yo soy más de muestras… - dicho esto se queda quieto admirándola por un instante mientras ella con cierto disimulo echa un ojo al móvil que minutos atrás dejó sobre la mesa.

Las manos de Dani giran suavemente su rostro, aquel tacto inesperado no le da tiempo para reaccionar. Pronto los labios de él rozan los suyos, él cierra los ojos y le regala aquel beso ligero como una caricia a modo de aviso. Luego recorre con ansia primero su labio superior entre los suyos, más tarde el inferior, y finalmente introduce su lengua con cierta práctica. Segundos más tarde aquel beso finaliza con diferentes sensaciones por parte de cada uno.

“Fran”, ese es el susurro que se escapa de la boca de Lucy sin que Dani lo perciba. Besos, paseos, sonrisas, fotos, lugares, besos robados, caricias, noches de cuerpo a cuerpo, sensaciones. Recuerdos que se agolpan en su mente, recuerdos en los que no ha podido pensar al centrarse en aquel trágico suceso de Raúl. Y aquel beso aunque con una pretensión diferente y lejana se lo ha recordado.

- Sólo quiero pedirte la oportunidad que quedó en el olvido cuando lo de tu viaje fallido a Irlanda – Dani interrumpe sus pensamientos.
- ¿Me estás pidiendo sexo? – ella abre en exceso los ojos al tiempo que baja el volumen de su voz, consciente de que la pareja de la mesa de su derecha los observan como espectadores de una escena de película.
- ¿Eso es lo único que significó para ti aquella despedida? – la expresión de su rostro hace patente la decepción.
- No sé que esperas escuchar… Lo cierto es que no he olvidado todos los detalles especiales desde que me vendaste los ojos hasta mi silenciosa huida.
- Entonces ha llegado un momento importante basado en ese recuerdo – recupera la sonrisa ignorando que ahora es la cara de ella la que muestra inquietud.

Dani introduce la mano en el bolsillo, saca un pintalabios de color rojo y se lo ofrece a Lucy acompañado de una hoja doblada, otro contrato.

- Dani… yo… - “arranca, di algo, de prisa” se dice a sí misma – Si huí aquella mañana fue precisamente por miedo a esta pregunta.
- Y si yo no volví a sacar el tema fue por miedo a la respuesta. Pero el momento ha llegado.

Respuesta difícil o fácil de más. Dudas porque ahora las relaciones comienzan con un lío de una noche, con simple atracción sexual, y esa la siente pero le resulta insuficiente. Consciente de que él la está mirando y de que los de la mesa de al lado continúan expectantes aún fingiendo remover su aburrido café recoge el pintalabios que permanece ajeno a su posible función sobre el menú de cafés especiales y escribe sobre el contrato “LO SIENTO PERO NO”.

- ¿Por qué? – se debate entre mostrarse herido o indignado por aquella forma de respuesta final.
- ¿De verdad quieres esa respuesta?
- ¡Por supuesto! – contesta veloz.

martes, 5 de octubre de 2010

Cuarto Capítulo (Segundaa Parte)

Cojo la cámara encendida, en la foto aparece mi niño de espaldas, en la parte de arriba lleva sólo una camiseta. Dios mío, es la camiseta que nos hicimos en aquel viaje, ahora no tengo claro donde, pero nos hicimos una camiseta con una foto de los dos impresa por delante y otra por detrás, venía hacia la peluquería a por mí, estoy segura, pero sólo se ponía esa camiseta para ocasiones especiales, no sé que sería esta vez y seguramente jamás lo sabré. Saco la tarjeta de la cámara, me la guardo, y estampo la máquina con ira a los pies de aquel muchacho.

El culpable directo o indirecto del accidente de Raúl, autor de aquella foto que desencadenó una muerte, es nuestro “Chico de la Muralla”, su nombre es Ángel, su error según él su existencia.

(Ángel) Estas esposas duras y frías no se parecen nada a las suaves muñequeras que me regalaba mi abuela, la lectura de mis supuestos derechos tampoco se asemeja mucho a todas aquellas que hemos visto en la tele quizá porque aquel policía no puede verme más que como un imbécil. Dejo atrás las miradas inundadas de aquellas dos muchachas para toparme con las de enfermeras y curiosos, miradas que gritan “pobre infeliz”.
Cuando miras atrás, hacia cuando eras niño, y tus recuerdos más nítidos son gritos que golpeaban las paredes, gente de paso que nunca te regaló un “¿qué te pasa?” ni un “¿me necesitas?” ni un “te quiero”, lágrimas de tu madre, promesas que te hacías delante del espejo de que conseguirías cambiar el rumbo… Hasta que decidiste optar por el silencio, porque los días te pasaban por encima, por las noches como un perro abandonado te lamías las heridas del alma pero el sol del día siempre regresaba a por ti… Cuando esto te ocurre día tras día no quieres seguir viviendo así que te sumes en un estado vegetativo relativo, ciertamente un término todavía no científico pero real en es esa vida.
Y aquel recuerdo que regresa incoherente a tu mente.

- Quiero una cerveza, pero que sea con sabor a ti, sino no la quiero – le dijo a Ángel aquella cuarentona sentada en la terraza del bar.
Sumiso coge una caña de la que a su juicio no le gustará y se la sirve.
- ¿Estaba buena? – pregunta un rato después inocente.
- No hay más que verte a ti.

Quizá la vez que más cerca estuvo de gustarle a alguien, quizá el único cumplido que recibió en su miserable vida

(…)

Paula recoge un folleto de higiene bucal del suelo, sabe que se le cayó a aquel chico, a aquel asesino de pacotilla como lo ha catalogado en su mente, aún así lo abre y lo lee. Se extraña, se sorprende y al mismo tiempo se dice a sí misma que con lágrimas y soledad también tendrá que pagar ella por un crimen que no cometió.
No le cabe duda que la lluvia fresca que cae a su salida del hospital son lágrimas del cielo, lágrimas porque alguna gestión celestial errónea selló una baja que no era para aquel día.

-Quiero verlo, quiero verlo – le grita una chica a Paula – había quedado conmigo para prepararte esa estúpida sorpresa, siempre pensando en ti, siempre hablando de ti, te odio y te juro que pagarás cara su muerte.

- Estúpida ya lo estoy pagando desde el minuto uno, nada me hará sufrir más que lo que estoy pasando, mátame si quieres, ahórrame a mí ese trabajo – le contesta Paula al borde de la histeria. Lu la sujeta con fuerza, consciente de que se debate entre desvanecerse o golpear a aquella chica con las pocas energías que le quedan.

- ¡Ya basta! ¿Es que ni siquiera con él muerto puedes dejar de lado tu eterna guerra perdida Alicia? – amiga de sus amigos Lu da por zanjado el tema y se lleva a Paula lejos de aquella discusión sin sentido.

Caminan alejándose de “la buscona”, nombre que le pusieron a aquella rubia que lleva años intentando seducir sin atisbo de éxito a Raúl y que ahora llora más por rabia que por cualquier otro motivo. Las dos amigas piensan que se creerá la viuda sin ningún derecho, mientras Alicia sabe que no tiene derechos y que sus formas no son las correctas pero al mismo tiempo no puede evitar añorar lo que jamás ocurrió, se repite día sí y día también que el hecho de no ser la ganadora es lo que la ha convertido en esa persona que no quiere ser, hasta el punto de hacerla odiable cuando no está con él o cuando pierde otra batalla en sus intentos de acercamiento, dice que es el amor lo que la cambia, pero la realidad es que ese amor ha dado paso a una obsesión enfermiza que no sólo hace daño a los demás sino incluso a sí misma. Ser la prima de Raúl le regaló noches en habitaciones contiguas, tardes de playa con sesiones de crema incluidas, pero jamás un mimo de más ni un beso en sus carnosos labios, y por supuesto aquella frase “jamás seremos nada más que primos, Paula es y será el único amor de mi vida, no lo dudaría aunque te paseases desnuda delante de mis ojos día tras día”, en lugar de hacerla desistir como sería lo coherente hizo que su odio hacia Paula creciese de forma desmesurada en poco tiempo y que en su mente crease a diario planes perfectos para destruir aquella unión.

La noche continúa entre lágrimas y recuerdos, entre un repaso a aquellos veinte años y una tila tras otra, más tarde un tranquilizante, aquella pequeña pastilla que promete regalarle la conclusión de que no puede cambiar ni su destino ni el de Raúl que jamás volverá.
Y mientras ella se duerme Lu escribe en una hoja aquel poema que Jorge Bucay pareció escribir para ellos, aquellas letras que ella no dudaría en dedicar a la pareja que día a día la animaba a seguir buscando el amor, ese amor que viéndolos a ellos no parecía existir únicamente en las películas inventadas para convertirnos en crédulos amantes…
“Quiero que me oigas sin juzgarme
Quiero que opines sin aconsejarme
Quiero que confíes en mí sin exigirme
Quiero que me ayudes sin intentar decidir por mí
Quiero que me cuides sin anularme
Quiero que me mires sin proyectar tus cosas en mí
Quiero que me abraces sin asfixiarme
Quiero que me animes sin empujarme
Quiero que me sostengas sin hacerte cargo de mí
Quiero que me protejas sin mentiras
Quiero que te acerques sin invadirme
Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten
Que las aceptes y no pretendas cambiarlas
Quiero que sepas… que hoy puedes contar conmigo…
Sin condiciones.”

Y al final añade la última frase que Paula pronunció antes de dormirse “Me sentía más segura yendo por la calle de su mano, me sentía más grande cuando me miraba o me besaba, lo era todo para mí… ¿Cómo se sobrevive cuando el camino desaparece bajo tus pies?”
Guarda la hoja en aquella caja roja del fondo del armario y se acuesta al lado de su amiga.

(…)

Él acepta aquella cena con su ex, charlan sobre cosas que no cree importantes, su mente continúa en la mujer que no tiene tiempo en aquel momento para pensar en él. La cita comienza a tomar un rumbo que no desea pero que tampoco evita. Suben en la parte de atrás de su Audi rojo y descapotable porque ella le pide ver las estrellas desde allí, él accede como un inocente corderito, como una Caperucita Roja que no ha escuchado hablar jamás de las malicias del lobo. Pero más pronto que tarde nota su respiración entrecortada en su cuello, una ráfaga de aire le acaricia la espalda desnuda después de unos botones desabrochados por aquellas uñas rojas, y el vestido de ella comienza a deslizarse dejando su hermoso y perfectamente operado escote a la vista. Ella está tan cerca y él está tan sólo…

- No, yo… no puedo, lo siento, no puedo – la empuja separándola de sí, agarra su camisa y sale del coche, mientras la abrocha se maldice por lo que le está ocurriendo.
- Fran no te estoy pidiendo que volvamos a ser una pareja de esas que se hacen promesas, sólo quiero que me hagas el amor como tú sabes, pasar un buen rato.
- Pero es que tú no lo entiendes, cuando me desnudabas y me besabas en mi mente estaba ella, la deseo a ella.
- Llévame a casa – es su única respuesta, ofuscada y ofendida se ajusta el vestido, se atusa el pelo y ni siquiera se pasa al asiento de delante.

Un camino silencioso hasta su casa, el uno conduce delante, la otra contiene lágrimas de indignación sentada atrás.

- A partir de hoy seremos dos desconocidos tal como me has demostrado hace un rato. Gracias por traerme a casa – un orgullo herido y las mismas lágrimas contenidas que soltará más tarde sobre su solitaria cama, meditando sobre el primer hombre que la ha rechazado, el mismo que se acaba de ir dejando su odiosa frase en el aire.

(…)

(Paula) Agradezco en silencio la idea de unas palabras de despedida en el cementerio, no habría soportado un extenso acto religioso poblado de mirones que no van por sentirlo sino por devolver un favor, por compromiso, por simple curiosidad o aburrimiento, hay gente a la que le dan morbo estas cosas por extraño que parezca.
Un pasillo lleno de colores, los de las coronas de flores que conducen a su… sí su tumba… todavía se me atraganta aquella palabra referida a su último habitáculo, el lugar donde yace el cuerpo de la persona más importante de mi vida, cómo me hubiese gustado haberme ido con él, la garantía de que hubiese o no hubiese nada después de la muerte no me quedaría atrás para sufrir su ausencia.
El segundo tranquilizante comienza a hacerme efecto, tanto que incluso le sonrío sin querer a la madre de Raúl sentada en aquellas sillas de un verde tan oscuro como tristón, cinco largos segundos en los que me siento estúpida hasta que me agacho y me fundo en su abrazo, nuestro ojos hinchados no necesitan frases banales sobre la vida y la muerte, ambas sabemos que no hay nada que hablarle ni razonarle a aquel dolor. Mi necesidad de llorar se convierte en un debate interno y gracias a aquella pequeña pastilla parece seguir ganando el “no”. Uno fuerzas para mirar desde mi silla aquella caja de madera, de acuerdo… su tumba, ahora entiendo los gritos con los que me despertó Lucy esta mañana, discutía por teléfono a saber con cuantas floristerías para conseguir aquella cesta de rosas azules que descansan a sus pies mecidas por una brisa ligera, nuestras preferidas. Mi mejor amiga, la quiero tanto, desde que salimos ayer de la peluquería hasta hoy no ha soltado mi mano, ha dormido conmigo, me ha conseguido esas rosas para su despedida… Querría darle las gracias pero no me sale, en mi estado sólo soy capaz de quejarme más y más por lo que me han robado.

Se levanta un hombre de unos cuarenta años, reconozco el traje azul que llevó a la última boda familiar, combinado esta vez de manera pésima con aquella corbata y la camisa negras como el tizón, es un tío de Raúl que termina por pronunciar un discurso con mucha cabeza y poco corazón, en silencio lo odio un poco por todo aquello.

Ahora es el turno de nuestro digno representante, Dani se acerca visiblemente nervioso a aquel atril improvisado, puedo intuir desde mi silla sus manos sudorosas y su esfuerzo para que las piernas le dejen de temblar, se apoya con ambas manos y comienza a hablar.

“Contra nuestros deseos venimos a decirle adiós.
Adiós al novio que jamás hubiese querido dejarte por voluntad propia Paula, tanto es así que después de veinte años juntos anoche iba a pedirte que te casases con él.
Adiós al mejor amigo, el que me regaló su amistad sin condiciones, aderezada con risas, con fiestas y sin faltarme jamás un hombro fuerte y comprensivo.
Adiós al “cuñado” que te tenía en un pedestal Lucy, el que te hacía cosquillas si tu expresión era serena, triste, seria o simplemente aburrida, y para el que jamás dejaste de ser “su little toy”.
Adiós al hijo que quería regalaros un chalet en la playa para celebrar vuestra jubilación y borrar de vuestros ojos los sinsabores de la vida, quiero además que sepáis que una frase que no faltaba en su boca era aquella de “lo que soy se lo debo a mis padres y jamás podré pagarles todo lo que me han enseñado, querido y proporcionado”, lo decía siempre con orgullo.
Adiós al fin al hombre que dejó un trocito de su corazón en el nuestro, del que jamás olvidaremos sus sensatos consejos, sus divertidas locuras o su impagable compañía entre otras muchas cosas.
Si nos ves desde algún lado cuídanos Raúl, ya sabes que tardaremos en comprender el porqué te fuiste aún sabiendo que siempre nos harás falta.
Toda una noche buscando las palabras adecuadas y vengo a darme cuenta ahora de que no existen, jamás existen las palabras exactas para decir adiós ni para mitigar el dolor de la muerte de alguien que quieres tanto.
Para finalizar quiero dar las gracias a las personas que lo quisieron como él se merecía y recordar aquella frase que me dijo en mi décimo quinto cumpleaños cuando el miedo le pudo ante la atracción de moda a la que íbamos a subirnos, la gran UVE. “Dani si me muero hoy diles a mis padres que gracias, a Paula que la quiero más que a nada y que le regalaré pequeños milagros desde el cielo, a Lucy que no se compre aquel vestido rojo que le hace parecer una diosa porque sino su novio querrá hacer con ella algo más que besarla, y a ti ya te digo yo que eres el mejor, el campeón”, me dio una palmada en la pierna y finalmente disfrutó como un enano.”

El efecto del tranquilizante me ha abandonado desde que escuché lo de la posible petición de matrimonio, las energías se esfuman veloces de mi cuerpo, todo está borroso, el nudo de mi estómago se hace casi tan doloroso como si se estuviese convirtiendo en uno de los mejores nudos marineros, quiero tragar saliva pero tengo la boca seca, aquella falta de aire y aquella presión en el pecho… Mi ángel de la guardia ya no está allí, pero sí mi angelito en funciones, Lu me ordena que beba, al hacerlo comienzo a sentirme mejor, hasta el momento en el que Alicia se acerca al atril ¿qué tiene que decir la buscona? ¿Por qué tiene que castigarme en un día tan doloroso? ¿Qué broma del destino es esta?

Alicia se dirige a la gente bastante segura de sí misma, sin dar ninguna muestra de inquietud o nerviosismo.

“Mi mensaje es realmente breve.
¿Creen que hay algo más bonito que un suicidio por amor? Sí lo hay, y consiste en vivir ese amor, pero esa oportunidad a mí me la robó esa chica que ven ahí lloriqueando por haber perdido al mejor hombre del mundo. Así que gracias a estas pastillas me reuniré con él y esta vez querida Paula seré yo la que posea su cuerpo y sus sentimientos día y noche.”

El murmullo de la gente crece a mi alrededor. De repente todos observamos como su padre y su tío, el mismo que hace un rato hizo su discurso vacío de amor pero al menos no con el odio de este mensaje, le arrebatan de la mano el bote sin poder impedir que cuele unas cuantas pastillas en su boca, y al mismo tiempo la aprisionan impidiendo que huya, ella forcejea inútilmente entre aquellos brazos que la arrastran y su madre los acompaña cabizbaja y visiblemente avergonzada.
Cuando aquella especie de espectáculo andante se aleja todas las miradas se posan sobre mí con cantidad de pena y curiosidad. El deseo de que Raúl me agarre de la mano y me la acaricie diciéndome “no pasa nada cariño, yo te sacaré de aquí” no puede ser más grande, de hecho siento el tacto de otra mano sobre la mía. Lucy, querida Lucy perdóname por no saber darte las gracias.

- Olvida esa pesadilla, nos despedimos de Raúl y te llevo lejos de aquí.

Como única respuesta me limito a asentir con la cabeza. No queda más que la despedida, el momento en el que su caja marrón de madera de cerezo, perfectamente barnizada y brillante ante aquel rayo de sol que viene a decirle adiós o quizá a llevárselo lejos, entra en uno de los huecos del panteón familiar coronado con un pequeño ángel de alas blancas estiradas. En ese momento es cuando realmente siento que se va de mi lado para siempre, sólo alguien que lo ha pasado es capaz de comprender esa sensación, mientras la caja está cerca de ti es como si todavía no te hubiese abandonado del todo, pero cuando le dejo aquella rosa azul encima y se disponen a sellar el agujero es como si empezase a ser real, se queda ahí encerrado para jamás volver, se resquebraja ya definitivamente todo en tu interior, lloro, logro contener un grito que se me deshace en el corazón, Dani me tiene abrazada por la cintura y Lucy me tiene cogida unos centímetros más arriba creyendo que no lo voy a resistir.

Se ha terminado. Adiós cariño, jamás te olvidaré ni dejaré de amarte. En la lápida una placa de plata en la que bajo su nombre se puede leer:
Gracias hijo
Gracias cariño
Gracias campeón
Gracias de tu little toy
Gracias por haber existido.

Me acuesto deseando que sólo existan dos opciones, la de no volver a despertar jamás o la de que cuando me despierte esta haya sido simplemente una pesadilla demasiado nítida y él esté abrazándome o mirando la forma en que abro los ojos y le sonrío como casi todas las mañanas.

Cuarto Capítulo (Primera Parte)

Parece una regla general esa de que todas tenemos alguna amiga que se hace peluquera. En el caso de Lu se trata de Paula, su insustituible Pau, la de la sonrisa permanente que indica que en su vida todo encaja como en el mejor de los puzzles, los ojos oscuros pero brillantes y su pelo castaño con alguna que otra mecha rubia como rayos de sol que se cuelan entre sus rizos.
Sin cita previa, sin avisos ni llamadas, tal como se llega a casa de una amiga entra Lu en la peluquería, en teoría a que le den un baño de color un poco más oscuro, en realidad a contarle a su amiga aquellos dos días desaparecida, a pararse en cada detalle de aquella forma que sólo con cariño se puede aguantar…
En el medio del relato… El móvil de Pau comienza a sonar, algo extraño ocurre segundos después de que pulse la tecla verde para contestar… Su sonrisa se evapora, sus ojos empiezan a parecer vidriosos y su voz se quiebra…

- No puede ser verdad… - es lo único que acierta a contestar…

Lu no tiene tiempo a reaccionar ya que en ese instante a Pau se le escapa el móvil de las manos, se reparte en trozos en el suelo, y ella se desploma de rodillas ante sus piernas abrazándolas entre sollozos.

- ¡Nooo, nooo, nooo! No puede estar muerto, no puede hacerme esto, él me prometió que envejeceríamos juntos Lu, no puede ser – grita.

Como una bala disparada desde demasiado cerca destroza aquella frase el corazón de Lu. Raúl, el novio de Paula muerto, ella también piensa por un instante que aquella pesadilla no puede ser real. Dani, Pau, Raúl y ella, los Cuatro Fantásticos como eran conocidos en sus bares de tapeo, ese fue el nombre que imprimieron en la primera camiseta que hicieron mientras no tuvieron slogan. Raúl era el chico guapo, morenito, de pelo engominado, labios suaves, el que tenía cara de pillo y podía aparentar ser un niño bueno pero quizá daba más la sensación de chulito, con sus chaquetas siempre a la moda, a veces de cuero, con su camisa un poco desabrochada cerca del cuello enseñando una camiseta siempre perfectamente combinada…

- No, de hecho seguro que no es cierto, no puede serlo, Raúl nunca incumpliría una promesa, ven conmigo Lu - Pau se levanta, se enjuga las lágrimas con el dorso de la mano, logra incluso un amago de sonrisa, se agacha de nuevo y recoge cariñosamente las partes del móvil para recomponerlo, ella que a cualquier golpe que recibe su amiga siempre responde con una sonrisa y un “tranquila cariño, entre las dos buscaremos una solución”.

A su salida de la peluquería Lu tiene la sensación de que todo está más oscuro que cuando entró, quizá porque ya lo está asimilando, ella no cree que Dani se haya equivocado, es imposible que se equivoque comunicando algo así. Cuando en el hospital les dicen que tienen que pulsar la planta baja del ascensor Lu ya no tiene ninguna duda, mientras que Pau todavía piensa en los quirófanos, si en 25 años nada le ha salido mal no puede ser que el primer golpe sea aquel, al menos eso quiere creer, lo desea con tanta fuerza que casi le duele.

(Paula) Un nudo que no sé muy bien si comienza en mi estómago o se sitúa en mi garganta, una sábana que levantan para que lo vea, algo que he visto tantas veces en las series que ponen hoy día, que te hacen ver la muerte casi como algo inexcusable para enlazar acontecimientos. Pero esta muerte era innecesaria, éramos uno desde aquella mañana en el patio del colegio con cinco años, aquel momento en el que me dio un beso inocente con su pequeña boquita…

-Ooooh, estaba muy rico. Pero ahora vamos a tener un bebé, tendrás que casarte conmigo – le dije yo.
- Bueno, no iba a pedírtelo hasta los diez añitos pero vale – me contestó todo digno - ¿te puedo dar otro entonces?
- Noo, estás loco, no quiero tener gemelos, con uno nos llega… Además cuando estemos casados creo que hay unos juegos de besitos mucho mejores, mis tíos los hacen cuando me quedo en su casa y piensan que duermo. Y creo que se hacen cosquillas porque se ríen un montón. ¿A ti te gustan las cosquillas?

Desde aquel día todo fue perfecto, jugamos muchas veces a besos y cosquillas cuando llegó el momento, nos agarramos de la mano desde aquel día en el patio del colegio, en excursiones, paseos, viajes… Hasta hoy… Ahora ya sé lo que ocurre cuando algo se tuerce en una vida perfecta, el infierno tiene el triple de llama, los dolores se multiplican por infinito y los caminos que puedes coger parecen dibujados con lluvia de piedras. Lu no se molesta en darme consejos ni usar los eufemismos de las muertes, me abraza fuerte y llora conmigo en silencio, quizá no sabe que decir, se lo agradezco de todos modos, yo tampoco sabría que contestar, y de hecho no sé cuando recuperaré la voz, no la siento en mi garganta desde que aquella sábana dejó al descubierto su cuerpo magullado, sus moratones recién dibujados, sangre seca por su ropa, no quiero recordarlo así.

- Un accidente terrible – comunica el médico, como si no fuese una obviedad, pero no puedo culparlo a él.
- ¿Sufrió? – lo pregunta Lu por mí, porque ella sabe que eso es lo primero que quiero saber.
- Murió en el acto - como él deseaba, sin una agonía de horas o días, temía tanto al dolor que tenía que acompañarlo a hacerse los análisis y cogerlo de la mano que le quedaba libre – por lo que tengo entendido el accidente se produjo cuando…

- Yo… yo… No quería matar a nadie… Te lo juro… - aquella voz interrumpe el relato del médico.

(…)

Veinte minutos antes de llegar ellas, en uno de los pasillos de aquel mismo hospital alguien escribe algo, no precisamente en papel de recetas ni partes médicos, sino sobre los amplios y blanquecinos dientes dibujados en un folleto de higiene bucal.

“Ridículo hasta como asesino involuntario,
estúpido hasta cuando quiero darme una nueva oportunidad;
cansado de mis traspiés, de mis errores y de mi vida de tropiezos y caídas.
Esta vez alguien más inocente que yo ha pagado,
desconozco si se merecía un castigo por algún pecado a destiempo,
o si de haberlo conocido hubiese deseado irme yo en su lugar…
De todos modos esta vez al igual que las demás pagaré con lágrimas y soledad”

(…)

(Paula) Con mis ojos anegados en lágrimas diviso a un chico delgaducho que no aparenta siquiera ser mayor de edad, su piel tiene un color tan blanco como si no viese el sol, el pelo medio rubio le llega liso hasta su ojo derecho, entonces me fijo en que sus ojos oscuros están enrojecidos de llorar, aprieta con fuerza sus labios finos conteniendo quizá un llanto y nos observa arrimado al marco de la puerta. Va vestido con unos sencillos vaqueros y una camiseta en la que se lee “es lo que hay”, empiezo a odiar los mensajes en las camisetas desde ese mismo instante.

- Sólo te pido que escuches como sucedieron las cosas… - se para como esperando a que reniegue de esa oportunidad y lo envíe directamente delante de un juez, nadie se da cuenta de que no me sale la voz – Esta mañana un empleado de Seur timbró en mi puerta, supuse que traía otro de aquellos paquetes que me mandaba mi madre con inventos para conseguir que saliese de casa, porque llevo unos cuantos años un poco deprimido y asocial… - traga saliva, creo que deseando sacarse de encima un peso enorme y contarnos también sus desgracias, pero aceptando que no es el momento oportuno – Y acerté, esta vez era una magnífica cámara de fotos, el objetivo de mi madre tomaba color y por primera vez en muchos años sentí la necesidad real de salir de mi muerte en vida, deseé con todas mis fuerzas respirar aire puro y hacer miles de fotos. Así que me puse algo presentable y llamé a un taxi, le metí toda la prisa que pude al taxista inventándome que llegaba tarde a una cita importante, tenía una necesidad ingente de empezar a fotografiar todos aquellos lugares que llevaba toda la vida grabando en mi mente… De repente me di cuenta de que el perfil del taxista era interesante, supongo que aproximé demasiado la cámara, todavía no entiendo si el flash le hizo daño al rebotar en sus gafas o si fue más bien un susto y un acto reflejo exagerado y brusco… - desvía su mirada hacia el suelo - Fue.. un volantazo inesperado… luego lo recuerdo todo muy rápido – no puede aguantar más y rompe a llorar mientras termina el relato, no quiero sentir pena por él pero se ve tan frágil y asustado… incluso acelera el ritmo de las palabras - atropellamos a este chico, terminó rebotando con su cabeza contra la esquina de la acera, el charco de sangre se hizo cada vez mayor, llamamos a la ambulancia, me pareció una eternidad la espera, no se pudo hacer nada, creo que murió un par de minutos después del impacto. Y no sé si hago bien o mal pero – me pasa la cámara – ironías de esas con las que no se cuentan, tu novio salió en la foto que pretendía hacerle al taxista, creí que quizá te gustaría tenerla, puede que me equivoque… En todo caso tenía que dar la cara, el taxista me ha denunciado a mí, la culpa ha sido mía… Y aunque miles y millones de veces te pida perdón vas a seguir viendo en mí a un ridículo asesino…

viernes, 1 de octubre de 2010

Tercer Capítulo (Segunda Parte)

Una comida temprana, alejándose de las horas de locales demasiado llenos. Desde siempre siente cierto odio al hecho de comer sola, odio hacia esa sensación de marginación y abandono que le produce, esas miradas que le queman creyéndolas de pena o burla. Cuando lo piensa en frío se llama a sí misma “cobarde vergonzosa”. Aunque en aquel momento, en aquel lugar donde nadie la conoce, y con aquella sensación amarga, no le importa lo más mínimo, si alguien decidiese puntuar su soledad no dudaría en devolverle su juicio.
Un primer plato de pasta que le recuerda que sigue pendiente su deseado viaje por Italia, y el segundo, quizá siguiendo otra extraña ironía del destino, es un sabroso filete de melva como el primero que probó al lado de Fran, pero esta vez la compañía es una silla vacía.
Bajo gotas ligeras de lluvia, observando a la gente que camina a su lado, sintiéndolos lejanos, coge su cámara y hace la última foto de aquel viaje, la del casco antiguo de un Santiago lluvioso y de algún modo mudo sin la presencia y la voz de Fran. Otro taxi más, en el que parte hacia la estación de autobuses en silencio.
A las tres y diez se dirige ya hacia el número de asiento impreso en su billete.

- Disculpe, ¿puede subir su asiento por favor? Es que no puedo pasar a mi lugar con usted así recostada – le comenta Lu educadamente a una cincuentona muy arreglada.
- Niña, veo que eres nueva en este horario. Te explico, este es el denominado “bus de los funcionarios”… - me mira como creyendo que mi expresión va a cambiar impresionada por algo tan simple – Te informaré de sus normas no escritas: la primera de ellas es que ya nos llega con los números que tenemos que encajar por las mañanas, aquí pasamos de números y nos centramos en la comodidad, y la segunda es buscarse un asiento en silencio sin cometer el error de molestar a uno de los nuestros ni hacer mover un milímetro nuestro acomodado asiento. ¡Buen viaje guapita! – y dicho esto se vuelve sonriente hacia su compañera de viaje.

Algunas risas de sus supuestos semejantes suenan en asientos cercanos, Lu piensa que quizá no debe seguirle el juego, que puede irse a otro asiento en silencio, pero hace años que no permite que nadie le hable con aquella prepotencia, y no va a ser hoy el primer día que lo eche todo a rodar por estar un poco depre.

- Vaya pues yo tengo otra regla, esta es de aplicación exclusiva en gente como usted, y esa regla de oro es ¡que ser funcionario no es ser Dios señora! – recalca la palabra señora con ironía.
- ¡Señorita! – contesta la funcionaria con desdén.
- No me extraña, a saber que normas les pondría para que se casasen con usted, déjeme adivinar… No moverla ni un milímetro de su comodidad en la cama ¿verdad? – le contesta Lu continuando por el pasillo del bus en busca de otro lugar

Esta vez las risas se escuchan más atrás, unos cuantos chicos que por fin tendrán algo que contar sobre ese horario insípido en el que les toca viajar.
Desde aquel asiento tranquilo hasta la llegada a su sofá, el cansancio empieza a pasarle factura, quizá porque de repente tiene tiempo para dedicarle. Mientras uno está entretenido el cansancio se disfraza de molestia, pero cuando uno le regala una hoja en blanco coge el disfraz de guerrero y te destruye.

(…)

Rumbo a Barcelona, en un avión a punto de aterrizar, Fran no escribe nada, pero mientras se abrocha el cinturón porque se aproxima el aterrizaje le da vueltas a lo que lleva pensando todo el vuelo. Tendré que volver a ser el mismo de antes en Barcelona, aprender de nuevo a vivir sin sus sonrisas, sin sus comentarios dándome caña, sin que me arrastre cogiéndome de la mano para besarme o para llevarme a ver algo que sorprende sus inquietos ojos verdes, sin su precioso cuerpo sobre el mío jugando a ser el uno para el otro…
Y también él comienza a sentirse increíblemente cansado…

(…)

Parpadean tres mensajes en el contestador de Lu. Le da a la tecla adecuada para escuchar el primero de ellos.

- ¡Joder! – dice recordando su cita con él.

Y en ese momento le parece escuchar todavía la voz de su abuela diciéndole “habla bien”, cuanto la echa de menos.
Aquella voz masculina que continúa saliendo del contestador la devuelve a la realidad, esa noche irá a verlo.

“Llevas dos días sin cogerme las llamadas y con el móvil apagado, ¿es que ya te has aburrido de mí? ¡En ese caso llámame de todos modos para despedirnos como Dios manda! – se escuchan sus risas – Y de paso me confirmas si nos vemos esta noche todos para irnos de tapitas… Un kiss en la naris”

La voz del contestador pertenece a Dani, su mejor amigo, su tonteo constante, parece que no saben hablarse sin picarse o sin tontear. Por un instante piensa en él, en sus ojos oscuros que intentan ser mudos ante todos pero no lo pueden ser ante ella, ella sabe cuando le sonríe con ellos, cuando están tristes… Luego está aquella mandíbula que parece enmarcar su boca, sus labios tirando a gruesos… Su pelo siempre perfectamente recortado, quizá porque es consciente de que eso provoca en ellas la necesidad de acariciarle la cabeza como a un gatito… Y su cuerpo no musculoso pero sí fuerte, que hace que ellas se sientan abrazadas y seguras entre sus brazos.

Lo de la despedida le recuerda a aquella vez, cuando estaba decidida a dejarlo todo e irse a Irlanda, se lo comunicó a sus amigos pero no a su familia, ya que era de los miembros de esta última de los que deseaba huir. Ambos tenían 19 años. Dani le había preparado una despedida de 12 horas, la recogió al mediodía con su Seat Ibiza negro, y la llevó al Paseo del Río Rato, una amplia zona con río y paisaje, mítica de las afueras de Lugo para ir con tu pareja, para hacer un picnic con los amigos, comer en su restaurante, o simplemente pasear o ir a hacer footing. Le puso una venda en los ojos al entrar en el coche y no se la quitó hasta llegar ante un picnic preparado exclusivamente para ella en una zona apartada del paseo, Lucy disfrutó sin pensar en nada, lejos de todas sus absurdas y dolorosas pesadillas, saboreó todo el menú incluidas las natillas que compartieron más cercanos que normalmente, “cucharada para ti y cucharada para mí”. Un paseo, un repaso por sus vidas, horas que volaron sin sentirlo entre una heladería y una tarde de compras sin sentido y risas sin pausa… Así llegó la noche, el “¿cenamos en mi piso?”, el “claro” lleno de inseguridades de ella a sabiendas de que sólo podía ser su amiga aunque no pudiese renegar de aquella atracción sexual. Un beso mientras cocinaban una cena ligera e inventada, otro después de servirse copas de champán, uno nuevo y más entregado sobre el sofá, y aquel camino entre inconsciente y muy consciente hacia la habitación de Dani. Nada más entrar, él la interrumpió y le indicó algo que había para ella sobre la cama, un gran sobre rojo con una tarjeta en su interior que decía:
“Si has llegado hasta aquí prometo regalarte todas mis energías, deseo que no olvides jamás tu despedida, y si quieres una bienvenida semejante a tu regreso no tienes más que sellar este contrato con un beso”.
Lo miró, cogió el pintalabios color rojo pasión que permanecía en el fondo del sobre y selló aquel contrato deseosa de recibir su premio. Aquel encuentro fue especial, enérgico, oleadas de placer, hacerlo dos veces en la misma noche como si el mundo se fuese a terminar o como si la pasión que sentían no tuviese fin.
A las ocho de la mañana Lucy se despertó, miró a su lado, sintió que todo había sido perfecto pero la recorrió un desasosiego, aquella culpabilidad de haber pasado la noche con su mejor amigo, aquella inseguridad ante los cambios que pudiese conllevar, las dudas de la mañana siguiente. Decidió huir de aquella cama, de aquel piso, coger un taxi y volver a su casa. Desde aquel día Dani volvió a ser un mejor amigo, el viaje no llegó a producirse así que ella suponía que aquello había invalidado su contrato, no volvieron a hablarlo, aunque sí consiguió sentir el reproche en sus ojos, en aquellas miradas que pillaba cuando él creía que no le prestaría atención.

(…)

Se despierta de sus pensamientos cuando suena un pitido que indica que ya se han terminado los mensajes en el contestador, el segundo y el tercero eran de su jefa deseando que su virus se cure de una puñetera vez, querría gritarle que la envíe junto a su medicina pero en lugar de eso coge sus cosas y sale de casa sin devolver ninguna de las llamadas.

Tercer Capítulo (Primera Parte)

** Ajeno a estas peripecias el chico de la muralla sigue escribiendo…
“Caminando, deseando no encontrarme con alguien conocido, temeroso de que de tanto abusar de mi falsa sonrisa termine por quedarse en mi boca y nunca más sepa sonreír de verdad.
Al mismo tiempo solo, inseguro ante los posibles peligros que a menudo me ignoran, y ante los que quiero seguir siendo invisible. Pero invisible también ante la gente a la que me gustaría decirle o que me dijesen “¿Podemos sentarnos en ese banco del parque y hablar durante horas?”.
Apresuro mi paso inconscientemente, huyendo de miradas, no sé si son de pena, de indiferencia… Pero odio esas miradas que sin palabras me dicen que sobro, que voy mal peinado, o que soy feo… No se han parado a pensar que a lo mejor es culpa de ellos que me están pudriendo por dentro…”

(…)

Acompañado de aquella brisa fresca que amenaza lluvia en Santiago, Fran se baja en la zona comercial, avisando al taxista de que le espere. Comprar ropa de chica no entraba en sus planes, pero quizá por Lu lo haría todas las mañanas que se lo pidiese, y al fin él había sido el simpático culpable. Siente una leve punzada en el estómago cuando piensa en la despedida, intenta convencerse a sí mismo de que puede que lo que está empezando a sentir en cuarenta y ocho horas se esfume en otras cuarenta en Barcelona, convirtiéndose en un divertido recuerdo. En este momento hay otras prioridades, esa palabra no le gusta porque antepone el trabajo a ella, prefiere llamarles obligaciones, las cuales lo alejan.
Unos shorts vaqueros y una camiseta básica roja, esa es la elección que un sonrojado Fran lleva en la mano, cuando se percata de que seguramente tendrá que pasar también por la zona de ropa interior femenina, allí añade a la compra un culot negro semejante al que fingió no mirar la primera tarde cuando fue a cuidarla a su piso, y un sujetador del mismo color con la marca de unos labios rojos impresos en la copa derecha.

Más tarde. Un desayuno rápido sin querer. Un taxi que parte con ellos dentro, secuestrando sus deseos de tramar a última hora un nuevo aplazamiento de aquel viaje. Y finalmente uno frente al otro, en aquel aeropuerto lleno de bullicio, alguna madre que despide a su hijo llorando como si se fuese a la guerra, una chica que llora también pero de puros celos al tiempo que le advierte a su novio que se porte bien… Historias que en ese momento no interesan a Lucy ni a Fran.
(En la mente de él) Pídeme que me quede, ponme en un aprieto, hazme dudar, dime que todo esto ha cambiado tu vida tanto como la mía, convénceme de nuevo para que pierda el estúpido avión…
No, no… Ella pensará que ha sido un pasatiempo fabuloso pero… Mañana será otro día.

(En la mente de ella) Quiero cogerte de la mano y volver a meterte en el taxi con otro destino de 24 horas, quiero que sigamos inventando días diferentes, que sigas curando mi virus, no me importa que me cuentes todas esas cosas que no necesito saber pero que me gusta escuchar…
No, no… Él ha disfrutado de la aventura, y yo también, pero… Quizá mañana sea diferente.

- Ha llegado el momento… esta vez no tienes ningún secuestro a mano ¿no? – es Fran el encargado de romper el silencio, medio en broma medio en serio.
- Lo cierto es que no… Además se me dan fatal las despedidas, ya sabes que sin un papel y un boli a mano no soy nadie – le sonríe – de todos modos quizá algún día vuelvas en otra misión de esas de convencerme de que eres un buen chico ¿no?
- Vaya, ¿todavía no lo he logrado? Serás la primera en saberlo cuando vuelva. ¡Y cumpliré mi misión!
Suena de fondo el último aviso para los pasajeros del vuelo de Fran, y un chico pasa corriendo entre ellos para no perder su avión, ambos se quedan mirando su espalda intentando decirle que es un cretino, y la frase que se lee en esa parte de su camiseta es “el último que cierre”, parece una burla del destino.

- See you then? – se acerca a él, deja caer su bolso sobre las maletas, lo besa suavemente en los labios, luego con más pasión, hasta querer hacer eterno ese beso.
- Of course, never goodbye – le contesta él al separarse, y la abraza frotándole con cariño la espalda, en realidad consolándose a sí mismo.

Y con esa absurda despedida en un inglés medio inventado se aleja de ella, entrega su billete a la atractiva azafata rubia sin darse cuenta de que ella le guiña un ojo, y ambos piensan que aquello ha estampado su fecha de caducidad. La mente de Lu va más allá y un imperceptible amago de sonrisa se le dibuja mientras piensa que su banda sonora en ese momento sería la del anuncio del chocolate Nestlé “que siempre se acaba”.

(…)

De regreso a Santiago, un taxi que se le antoja sin aire suficiente la obliga a girar la manivela para abrir la ventana, el aire fresco le golpea la cara como deseando espabilarla, aunque quizá la culpable sea aquella pequeña opresión en el pecho, aquella que dice “cuanto lo vas a echar de menos”.
Se baja cerca de la Catedral, todo en aquella ciudad parece ahora más oscuro, y no sólo porque se acerque un día lluvioso, ya ni siquiera tiene ganas de hacer fotos. Entra en una tienda para comprar una libreta, por el precio podría tener quinientas hojas, pero el motivo es que en cada una de ellas aparece un símbolo del Camino de Santiago. En esos momentos le da igual estar pagando de más como una turista ignorante. Necesita evadirse, sacar aquellas palabras que le llegan cerca de la garganta y ahí se quedan pegadas. Busca un banco apartado en la catedral, cruza las piernas y allí coloca la libreta.

“Con la sensación de haber jugado a ser una chica mala y haberme quemado…
Un nudo en el estómago, una puerta que se cierra, una nostalgia que desearía negar…
Enséñame a olvidar, le digo a un Dios con el que sólo me comunico cuando algo cruje
dolorosamente en mi interior…
Veinticinco años ignorando tu existencia y después de dos días añorándola tanto…
Quiero creer que entre mis supuestas energías ahorradas encontraré las suficientes para
regalarme otra vida, una vida sin más…”