martes, 9 de noviembre de 2010

Octavo Capítulo (Segunda Parte)

- Has puesto la misma cara que cuando veías a aquel chico que no sabía hablarte más que del tiempo e invitarte a café, - su risa no parece contagiarse a Lucy - ¿qué ocurre?
- Es un poco largo de explicar, desde hace un tiempo recibo mensajes de un chico pero no sé quien es, creo que me conoce y me ha dicho que me quiere pero me he negado a coger ninguna de sus llamadas después de eso. Y ahora dice que está en la puerta con un amigo, ¿qué hacemos?
- Sigues siendo una trastito, mira abrimos la puerta y si no nos convence ninguno de los dos nos vamos de fiesta sin ellos – el cambio de tema la alivia de tal manera que es capaz de pensar con más claridad.

Y ahí está abriendo la puerta Lucy, la que no cree en las casualidades porque la vida le ha demostrado que todo el mundo hace las cosas con un porqué aunque para ello tengan que pasar sobre otros, con su minifalda de cuadros azules y una camiseta básica del mismo color. Sus ojos se abren de forma exagerada, su mano aprieta con tanta fuerza el brazo de Paula que le hace temer que se lo arranque, y es que ahí están ellos, Fran y Dani, y ahí la frase mental de Lucy “¿Qué estúpida broma del destino es esta?”

- Pero… ¿Tú a donde me has traído tío? – Dani está visiblemente borracho y al moverse y gesticular rompe aquella bonita estampa que formaba con el brazo alrededor del cuello de Fran.

Paula intenta cerrar la puerta porque no conoce al chico guapo y descamisado por los aspavientos de Dani, y con el segundo siente asco por el estado en el que se encuentra y vergüenza no sabe muy bien porqué. Pero el chico de ojos verdes se lo impide.

- Veo que os conocéis, yo sólo lo conozco desde que cogimos ayer el taxi en Santiago juntos, y hoy viniendo de camino hacia aquí para darte una sorpresa que por supuesto te prometo que no creí que acabase siendo tan desastrosa, me lo encontré en un bar y se empeñó en invitarme a unas cañas y…
- El resto de la historia es una obviedad Fran, pasad que yo le preparo los tres litros de café que necesita para volver a ser persona – casualidades incomprensibles, historias increíbles, pero al fin Lucy recupera su cordura para acabar con aquella situación de lucha entre la intención de una de cerrar y la de otro de que no se cierre la puerta.
- Bravo tío, bravo, no se te ha ocurrido mejor cosa que traerme junto a este par de arpías, la de los ojos verdes que me ha partido el alma hace nada, y la del camisón que pone bésame y que no puedo besar… - se interrumpe para toser y todos se temen lo peor, una vomitona histórica, pero Dani tiene más aguante del que todos ellos creen y continúa mientras se deja llevar por Fran y sus comentarios son ignorados - ¿te aplaudo con las orejas?
Paula oculta que se ha sonrojado entrando de nuevo en el piso en busca de la cafetera y deseando en su fuero interno que se vayan cuanto antes. Fran no sabe si reírse o pedir a la tierra que se lo trague y Lucy se encuentra en la misma tesitura.

Más tarde con Dani dormido en la habitación de invitados Paula empieza a sentir que sobra y se escabulle disimuladamente hacia la habitación de Lucy.

- ¡Por fin solos! – dice Fran y cambia su lugar en el sillón por otro en el cojín de al lado de Lucy en el sofá.
- Fran… Yo no sabía que tú eras el chico de los sms… - apoya una mano a cada lado de su propio cuerpo y se aleja un poco de él – Y cuando me dijiste que me querías… Imagínate… - contra su voluntad continúa sin poder evitar hacer odiosas pausas entre frase y frase – Creí que todo era una broma… Y decidí ignorar al chico de los mensajes…
- ¿Y qué importa ahora todo aquello? Actué como un estúpido quinceañero vergonzoso y por eso estoy aquí, para actuar como el tipo maduro que supuestamente soy – decide volver a acortar distancias con Lucy, y lentamente lo va consiguiendo.

- Fran…
- Sshh..

Pone un dedo suavemente sobre sus labios para impedir que interrumpa lo que él considera inevitable y luego la besa sin notar resistencia alguna, como si ella también lo estuviese esperando desde el principio. Pero aquel beso les resulta insuficiente e inconscientes empiezan a acariciarse y a aflojar la ropa del otro jugando bajo ella sin quitársela todavía.

- Te presto la cama para que te la folles – se escucha decir casi en un grito al invitado borracho desde alguna parte del salón.

Sofocados, avergonzados y molestos Fran y Lucy acomodan su ropa sabiendo que no hay manera de disimular lo obvio. Ella se levanta y encara a Dani.

- ¿Quién coño te crees? Llegas a mi casa borracho, te cuidamos y te crees todavía con más derecho a meterte en mi vida. ¡Cómprate un tamagochi y olvídate de mi! – le grita a escasos centímetros de su cara.
- Claro, tú ya eres tamagochi de otros. Pablo seguramente tenía razón cuando decía que lo mejor de ti era tu faceta de putita.

Octavo Capítulo (Primera Parte)

Es cuatro de Octubre, comienzan las fiestas de San Froilán en Lugo. Casetas de pulpo para grandes y pequeños, atracciones (barracas) en las que siempre ves algún adulto fingiendo que se lo pasa pipa sólo porque va con sus hijos o sobrinos, pero se lo pasaría bien como otros miles simplemente por subir en aquellos trenes de brujas, saltamontes, el gato que grita “miau que te como”, la uve, la noria, o los troncos en los que llegas al final empapado, aunque no necesitas ducharte de esta manera porque es mítica la lluvia que cae en San Froilán por la que los primeros días se venden casi tantos paraguas como raciones de pulpo.
Paula intenta no quedarse sin maleta ni dejar a alguien sin pies conduciéndola en medio de toda aquella multitud con ganas de fiesta que baja veloz de los autobuses rumbo a quien sabe a donde. Tras haber perdido de forma premeditada el avión en el que volvía Dani y haber reservado uno para el día siguiente llega con ganas de que alguien grite su nombre, le quite las maletas de la mano y la lleve en brazos hasta su almohada, pero ese alguien ya no existe. De algún modo se ha despedido de él en Florencia con un monólogo ante el espejo: “hace dos semanas que me faltas, quise dejarme morir, creí que convertirme en un fantasma era la mejor forma de pasar los días sin ti, quince días Raúl, abandoné todo y a todos para darme cuenta de que es imposible huir de ti porque todavía estás aquí – dijo golpeándose la parte de arriba del pecho izquierdo – y de mi corazón no puedo huir vaya a donde vaya.”
Su escapada a Florencia había sido motivo de tantas alegrías como dudas, los momentos con Dani habían sido tan curativos como para dejar de pensar en Raúl, y lo que más le preocupaba eran las sensaciones de aquel beso. Inmediatamente después de que se besasen se sintió tan culpable que decidió que el hecho de que Dani se fuese era lo mejor, pero más tarde se dio cuenta de que ella había colaborado con un ansia increíble, se había quedado con ganas de más, había experimentado una inquietud que no había sentido antes, un cosquilleo que no reconocía pero del que había escuchado hablar. ¿Habría vivido una mentira toda la vida con Raúl? Se iba a volver loca si seguía con esa lucha interna, así que se prometió a sí misma no volver a dudar de lo suyo con Raúl y no perder la cabeza por lo que no era más que la necesidad de saciar su deseo, porque seguramente no fuese más que eso.

El móvil vibra como siempre en el bolsillo contrario a la mano que tiene libre, gracias a la práctica se hace un nudo con ella misma pero logra cogerlo.

- ¿Sí?
- Paulita, soy Lucy, sí ya sé que no te volví a llamar desde aquel día, pero es que he tenido más turistas que pulpos hay en el “Sanfroi” estos días.
- No pasa nada, y pulpos no sé, pero acabo de llegar a Lugo y parece más bien que ha estallado la tercera guerra mundial, no sé si me perderé entre la gente y acabaré a las doce de la noche en una calle desconocida y sin maleta. ¿Te acuerdas de aquel amigo de Carla que se cogió tal borrachera que nos llamó a las cinco de la mañana y para explicarnos donde estaba nos decía que había un árbol y un banco? Como si Lugo no tuviese bancos y árboles a patadas – se ríe como no lo hacía desde el beso de Dani, recuperar a Lucy es lo mejor que le puede pasar, es lo único seguro que tiene ya además de su familia.
- ¿Estás en Lugo? Eso sí es un notición, porque en unos veinte minutos empiezan mis días libres con esto de las fiestas, ya sabes que yo cuanto más trabajo veo antes me escaqueo, - bromea ignorando que Paula no tiene ni idea de la repercusión mediática que han tenido las numerosas bajas de los cuerpos de seguridad ese año para el San Froilán - y me estaba debatiendo entre coger un avión e ir a veros, o buscar algún fiestero por aquí.
- ¡Mierda está lloviendo! – la interrumpe Paula.
- Deduzco que no me estás haciendo mucho caso así que me parece que voy a cerrar y pasar a buscarte paraguas en mano, es tu día de suerte porque algún turista se ha dejado uno, que si fuese por mi escasa afición a los paraguas ya sabes… – y vuelven a reírse sin pensar en las conversaciones pendientes, como antes de que sucediesen todas las cosas innombrables.
- Superwoman a tu lado era un asco, acepto tu propuesta y me voy de fiesta contigo para compensártelo.

Y continúan con sus orejas pegadas al móvil para hacerle más ameno el trayecto a una y la espera a la otra, Lucy la pone al día de los nuevos cotilleos y Paula le presta atención deseando que no llegue el momento de dar explicaciones, que sigan eternamente en ese instante en el que parece no haber fisuras entre ambas.
Cuando la llamada se corta se funden en un abrazo, tan ansiosas que a punto están de caerse al suelo.
Bajo aquel paraguas color plata, ocultando el deseo de tirar todo lo que tienen entre manos y ponerse a pisar charcos como hacían años atrás, olvidando si tienen edad o no para hacerlo, olvidando el sentido del ridículo que a veces tantas alas corta… Se deciden por recorrer con paso rápido cada acera y paso de peatones sin poder evitar mojarse a lo tonto hasta llegar al piso de Lucy y desnudarse sin pudores.

- No me apetece abrir la maleta llena de ropa sucia, ¿me dejas algo mientras no decido que me pongo para salir de fiesta? – pregunta Paula mientras hace volar su camiseta llena de algo que parecen manchas y sólo son gotones de agua.
- Sólo si me cuentas lo que no quieres contarme.
- Lu, no me hagas eso – contesta haciendo una curva hacia abajo con sus labios y poniendo ojos tristones.

Lucy le tiende su camisón de las ocasiones especiales, una mezcla entre picardías y camisón, entre lencería fina y prenda de diario, que por delante pone “¡Bésame…” y por detrás lo remata con un “…y quédate a dormir!”
Paula lo reconoce como una de sus “piezas de guerra” y se extraña de que lo haya sacado del cajón del fondo, parece que estas semanas han sido tranquilas en la vida de su amiga, la asaltan las dudas sobre lo que sabe de su vida amorosa últimamente, sólo recuerda un misterioso chico que no llegó a conocer y las peticiones ignoradas de Dani. Empieza a contarle hechos insignificantes, a describirle rincones florentinos como la mejor guía turística que existe desde Internet hasta el papel, pero llega un momento en el que lo inevitable no puede posponerse más y se lo va narrando con cierto pasotismo, luchando contra un posible temblor en la voz, llegando a ese beso que de repente parece haber sido soñado.

- No me importa el beso de Dani – parece decirlo segura de sí misma pero en realidad no puede evitar sentir esos celos de cuando una cree que algo va a seguir siendo suyo a pesar de renegar de ello – aunque no sé a que está jugando, se me declara a mí y te besa días después a ti. Pero lo que me preocupa es lo que te afecta, mírate, hablas nerviosa como una quinceañera ante su primer beso – y le da una palmada en el hombro a modo de simpática riña.
- No digas tonterías, sabes que yo sólo amo a Raúl… - contesta Paula con gesto ceñudo.
- No te escudes en eso Pau, puedo equivocarme pero te conozco tanto que… - ante el gesto desolado de su amiga decide no insistir – Bueno mira, yo soy como el polígrafo que sólo tiene el noventa y pico de credibilidad así que no me hagas caso.

“Estoy en la puerta con un amigo, ¿puedo pasar?” lee Lucy incrédula tras el pitido de un mensaje en su iPhone.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Séptimo Capítulo (Segunda Parte)

Minutos después de ver al David, Dani le dedicó un guiño a su conquista a modo de adiós. Paula evitó su mano en venganza por el mal rato que le había hecho pasar, y el plato de pasta les recordó a ambos a Lucy, la eterna enamorada de la comida italiana que de haber estado allí hubiese hecho alguna locura que los hiciese reír.
Con sus miradas perdidas en quien sabe donde terminaron en la Catedral, y allí lejos de Dani y más allá de las puertas de bronce del Baptisterio rodaron veloces lágrimas por el rostro desmaquillado de Paula, desconcertada por aquel repentino bajón emocional.

El segundo día una salida temprana para evitar la cola de subida a la cúpula de Brunelleschi, un grupo de españoles que salía y al reconocerlos como paisanos sonrieron con cariño ante recuerdos de añorados pasados, una señora se les acercó y les dijo “necesitaré un masaje que me recoloque el cuello de tanto mirar para arriba pero todavía no me he aburrido, y me han dicho que la próxima excursión de la tercera edad nos llevará a la Catedral de León, tendré que encargarle pronto un collarín a mi médico de cabecera, aprovechad vosotros que tenéis un cuello joven y uno puede masajear el del otro”.
Con la señora ya lejos comprendieron los dolores de cuello, comentaron la posibilidad de hacer una escapada de fin de semana a León y se sintieron como dos amantes fugitivos. Más tarde se mostraron decididos a no ver la copia del David de Miguel Angel en la Piazza Della Signoria, Dani alegó “si hemos visto el original, ¿para qué perder el tiempo con plagios que es lo que hacemos gran parte de la vida sin darnos cuenta?”, así que aprovecharon para comer una pizza sintiéndose ignorantes por llevar tantos días allí sin haberla probado.
Un vistazo rápido al exterior del Palazzo Vecchio los condujo deprisa a la Galería de los Uffizi (Galería de los Oficios), donde Dani cumplió su deseo de ver el Nacimiento de Venus de Botticelli en directo, un capricho que se había propuesto para antes de volver a Galicia. Como fin del recorrido por el museo el mítico capuchino en la terraza de la cafetería, con vistas al Palazzo Vecchio de nuevo, mientras en la mesa de al lado uno comenta que desde allí los Medici aprovechaban para observar la animación de la plaza, y otro fantasea con la idea de haber formado parte de esa época.

- ¿Quieres que te cuente el porqué de mi afición a la Venus de Botticelli?
- No tenía claro que tuviese un porqué, creí que era simple deseo de cultura – y le guiñó un ojo pensando en ciertos porqués picarones.
- Mente pervertida la tuya, - Dani abrió la boca y los ojos exageradamente fingiendo sorpresa - por cierto ¿tus guiños siempre son tan provocadores?
- Eih, si quisiera seducirte ya lo habría hecho, te recuerdo que dormimos juntos desde hace algunas noches – y al sonreírle se le hizo aquel hoyuelo que él adora.
- Bueno centrémonos, que en Florencia se respira demasiado love e igual es contagioso o algo. – se rió restándole importancia - Escucha atenta y pon gesto de mostrar interés.
- Que exigente eres, como sigas así esta noche duermes en la bañera – aguantando la risa le regaló un segundo guiño.
- Paulaaaa, no juegues con eso, tus guiños me ponen, deberías saberlo ya desde hace un rato.
- ¡Imbécil! – cogió el sobre de azúcar y le echó su contenido por la cabeza.
- Mmm.. – Dani se puso a hacer teatrillo intentando pillar con la lengua algo del azúcar que bajaba mientras sacudía la cabeza como un perrito recién bañado – o empiezo con la historia o empiezo contigo, tú decides.
- Si me das tu azucarillo te concedo el gesto ese de mostrar interés – se lo dio no sin insistir en el juego infantil de apartárselo varias veces, y después de conseguir echarlo en su café ella apoyó la barbilla sobre una mano y entrecerró los ojos, gestos que hicieron que Dani se riese a carcajadas llamando la atención.
- Bien, allá voy. Cuando era pequeño tenía una imaginación desbordante, bueno de eso no es que esté falto tampoco ahora. – se volvió a reír y Paula le hizo una mueca – De acuerdo, de acuerdo, vuelvo a la historia. El caso es que mi padre era un amante del arte, y su hijo un travieso que acabó dando cambiazos en los exámenes de aquellas obras que el amaba, un secreto que me llevaré a la tumba sin contárselo jamás. Lo sé, ya me vuelvo a desviar… Un día de cada mes hacíamos una mariscada para toda la familia invitando incluso a una de mis tías que era alérgica, estoy seguro de que nos odiaba con todas sus fuerzas mientras se comía su filetito con patatas fritas o las deliciosas brochetas de mi madre, preparadas a destiempo porque mi tía nunca confirmaba su asistencia hasta unas horas antes de la comida, era su forma de devolvernos lo que ella consideraba “nuestra cabronada”. Eran días tan especiales para mí que siempre me guardaba una concha de almeja y otra de vieira para luego limpiarlas y pegarlas en una cartulina con la fecha y un par de recuerdos de aquella comida que se alargaba hasta la madrugada. Un día antes de una de esas comidas mi padre me enseñó la Venus de Botticelli, me impresionaron tanto la chica y la concha, a mi juicio de vieira, que tenía debajo que creo que con mis siete añitos incluso me enamoré. Y en la comida del día siguiente me llevé el libro de arte de mi padre junto a su cámara nueva a mi habitación, convencí a la hija de mi tía alérgica al marisco para teñirse en pelo del mismo color que la Venus con unos botes de pintura de carnaval que quedaban por casa y le conté mi plan de convertirla en una futura obra de arte, “La Venus-Cristina vestida, de Danicelli”, – se rió con todas sus ganas ante sus propias ocurrencias, Paula no se quedó atrás y entre risas le llamó “Daniel el Travieso” – la cosa es que llevé dos conchas de vieira, y las dos terminaron rotas porque yo le mandaba dar un pequeño salto para salir un poco por encima de la concha pero claro la foto salía mal y al bajar tantas veces sobre ellas terminaron partiendo. Todo esto terminó como era obvio, con mi tía dando gritos al ver el pelo de su hija, con mi madre gritando todavía más conmigo por haber urdido todo aquello, y con mi padre sonriente y orgulloso creyendo que aquella era una prueba de mi interés por el arte y diciéndoles a las dos “no seáis exageradas, el niño nos va a salir artista, quería hacer una obra parecida a uno de los grandes y vosotras en vez de alegraros os ponéis histéricas”. Aquella noche en lugar de pensar en las dos semanas sin postre que me esperaban le prometí a mi padre que algún día vendría a ver esta obra, y mi prima prometió hacerse musa, hoy por hoy es una modelo desconocida pero me lo agradece cada vez que me ve, y yo le llamo musa desde aquel día en compensación.

Risas, más risas, lágrimas de risa incluso. Danicelli le propuso a Paula hacer de Venus algún día y se ganó más azúcar sobre su ropa ante la mirada perpleja de la camarera a la que Paula robó los azúcares de la bandeja.


Y el día anterior a irse lo dedican a curiosear por las tiendas típicas en busca de recuerdos para llevar, dándose cuenta que ni en los mejores talleres artesanales podrían encontrar lo que sus mentes buscaban. Comprando por comprar regalos, que fuera del brillo de la parte histórica de aquella ciudad quizá perdiesen su valía por no poder devolverles las sonrisas que según ellos creían, aún sin compartirlo con el otro, se quedarían en Florencia en forma de pequeño secreto. En su último paseo florentino se decidieron por la Piazzale Michelangelo, el mirador más famoso, el que les regaló la panorámica que se quedaría grabada en sus retinas impresionadas junto a las maravillas de aquellos días.



- Pedirte que te quedes conmigo de nuevo además de imposible sería una tontería, así que aunque lo esté deseando no lo haré – se deshace de su abrazo y pone rumbo al baño para encerrarse a pensar.

Los minutos pasan y unos golpes en la puerta la sobresaltan.

- ¿Puedo pasar? – pregunta Dani desde el otro lado sin más explicaciones.
- Vamos a tener que pedir una habitación con dos baños, porque parece que tenemos el mismo reloj para todo lo que implica visitar el baño – le contesta ella acompañándose de una risita.

Paula atrae la puerta hacia sí y se asoma, él se adelanta al ver como aquel trozo de madera se aleja ante él, y al igual que en aquella película que vieron juntos cuatro días antes sus caras se quedan a escasos centímetros de chocar, ella aprieta con los dientes en labio inferior sin que se pueda percibir mientras piensa en su comentario durante aquella peli “venga hombre, a ver que tonto se va a creer que esas cosas pasan”, Dani se lanza entonces a por su boca y desliza la mano por su espalda sorteando la camiseta, excitándose por el hecho de recordarla sin ropa interior… Pero en ese mismo instante una especie de flash pasa por su mente dejando una imagen muy nítida de Raúl en la que le dice aquella frase, aquel consejo que le daba siempre “fíate de tus instintos” y esa alerta hace que se separe inmediatamente obligando a Paula a abrir bruscamente los ojos y provocando que se sonroje.

- Lo siento, preparo mi maleta y me voy, - busca desesperadamente una excusa pero sólo logra tartamudear lo siguiente – no sé en que estaba pensando… vi tu boca tan cerca… me resultó imposible no besarte… pero si quieres que lo olvidemos… por mí está olvidado desde ya.

Y así se suceden las cosas. Una maleta hecha a prisa mientras un fantasma silencioso y encerrado en el baño no sale a despedirse, un aeropuerto tan lleno y él tan solo entre todo aquel barullo, un avión que pone rumbo a su anterior y despiezada vida entre turbulencias como a su juicio tenía que ocurrir en un día como aquel.
Ya en el aeropuerto de Santiago se cruza con menos gente y escucha a varios metros que el último taxi lo pide un chico que se dirige también a Lugo, maldice su relativa suerte y se debate entre aprovechar aquella oportunidad o dejarla escapar y seguir sintiéndose como un pardillo las horas que siguen.

- Oye tú – dice como si las palabras no hubiesen salido de él, hasta que el chico lo mira extrañado y Dani reacciona – acércate un momento por favor.

Sin perder tiempo le explica a su manera la posible artimaña para pagar sólo la mitad gracias a la coincidencia de viajar a la misma ciudad. Y aquel muchacho de apariencia alegre no sólo acepta sino que también le ayuda a subir su maleta y no deja de hablar durante el trayecto de regreso a la Ciudad de la Muralla a pesar de que Dani apenas colabora con más que unos cuantos monosílabos y sonrisas forzadas.